domingo, 15 de noviembre de 2020

"La melodía infinita".

Era domingo, como hoy, llovía y ella había esperado más de una hora para sacar las entradas. Luego se fue a la cama, después del servicio nocturno como médica en el Hospital de la Princesa. Años después se convertiría en una de las protagonistas de mi novela "La paz de febrero". De mí ya decían que me empezaba a convertir en un actual y seductor Mañara, incluso en el Bradomín de Valle-Inclán, aunque mi infancia no hubiera transcurrido en un patio de Sevilla. Esa mañana de domingo llovía tras los cristales del edificio de la Plaza de Oriente, como en el poema de Machado, como ayer sobre el cristal de mi coche conduciendo por las románticas calles de Madrid. Aquel día yo no estaba "mal vestido", ni llevaba un libro en la mano, al igual que el maestro que dicta la lección a sus alumnos en palabras del poeta que murió en Collioure recordando aquellos días azules y aquel sol de su infancia que también aparecería en otra de mis novelas, "Entrevías mon amour". Aquella médica adquirió años más tarde los rasgos de una actriz que quizá estudió Literatura Comparada y escribió un libro de cuentos que giraba en torno al movimiento central del Segundo Concierto de Rachmaninov. Me lo leyó en la cafetería del Edificio B de la Complutense y al acabar me quedé mirando sus ojos unos instantes eternos. Me habría gustado penetrar en ellos, pero me contuve porque tal vez me hubiera encontrado con mi propio rostro. En la calle del domingo de los diecinueve años en el que escuché por primera vez en directo la Segunda Sinfonía de Rachmaninov continuaba lloviendo, y dentro del edificio del siglo XIX construido por Isabel II tan solo existía una excusa para la melodía inabarcable del compositor ruso que coqueteó con la locura. Entonces yo llevaba un traje con chaleco y ella estaba enamorada de mí.

Amanece un domingo de otoño.

Llueve y escribo:

https://www.youtube.com/watch?v=SvuitFzDxDg

 




 

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