domingo, 1 de noviembre de 2020

"Una vida de artista".

Hay personas que convierten el arte y la eterna búsqueda de la belleza en una manera de vivir, de entender e interpretar la vida, de comportarse y de sentir. Ayer hablé del cine de Visconti (en la segunda fotografía) a través de su película "Ludwig", de 1973, el rey Luis II de Baviera que ha pasado a la historia como el mecenas de Richard Wagner. Después de comer encontré en Youtube la película completa, que alguien había subido unos días antes. Como me gustan estas casualidades, la tarde del último día de octubre de este extraño 2020 me dediqué a verla de nuevo:
 
No lo hacía desde que la vi, siendo muy joven, en el cine Bellas Artes, un lugar que sigue existiendo junto al Círculo de Bellas Artes de la calle Alcalá donde van siempre los personajes de mis novelas. Y mis recuerdos no me engañaban demasiado. Es una película excepcional, diferente y decadente, con unos maravillosos Helmut Berger interpretando al rey, Romy Schneider a la emperatriz Isabel de Austria, Sissí, y Trevor Howard a Wagner (están en el resto de fotos). La música de piano de Robert Schumann con la que se encuentran por primera vez en la película Ludwig y Sissí es innegablemente romántica, lo mismo que el Tristán con el que se nos muestra a Wagner y Cosima Liszt, la esposa del músico Von Bülow. Él estaba enamorado de la música de Wagner y ella del propio Wagner.
 
Me dormí pensando en la película. Visconti la rodó después de "Muerte en Venecia", y tiene mucho de su espíritu. Aunque no es el personaje principal, toda la historia gira en torno a Wagner, al poder de su música, del arte, de la belleza. El rey está poseído por un sentido estético tan acusado que no puede pensar ni sentir sin la música de Wagner. Incluso se enamora de su prima Sissí porque se siente Tristán y a ella la ve como Isolda. Algo similar le ocurre a Visconti y quizá a muchos de los que sentimos igual. He vivido muchas películas en mi vida, desde "Casablanca" a "Vacaciones en Roma", desde "Desayuno con diamantes" a "El padrino". Incluso me he pasado la vida dentro de una sinfonía de Mahler y un cuadro de Modigliani, entre los pasillos del Reina Sofía y el Museo del Prado, mirando al infinito desde lo alto de la torre Eiffel, paseando las salas del Museo Británico y las notas de Sibelius en el Albert Hall, reescribiendo párrafos de "En busca del tiempo perdido" o "El ruido y la furia", aprendiéndome de memoria todas las obras de Shakespeare y las novelas intercaladas en el Quijote, durmiendo en las camas del amor eterno, de la eterna belleza. Escribiendo y escribiéndome desde el Café de mi casa (en la primera foto del otro día durante una de mis tertulias on line del Café Gijón) para inventarme y reinventarme.
 
Madame Bovary también soy yo.
 





 

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