Nacido en Bilbao (1991), empezó a escribir muy joven, emulando los cantares de gesta medievales y la poesía de Juan Eduardo Cirlot. Tras estudiar periodismo, historia y filosofía, publicó su primer libro de poemas, "Que aún me duelas", que mereció el accésit del Premio Adonais 2017. Un año después tradujo y editó la primera antología en castellano de la poesía de C.S. Lewis, autor de "Las crónicas de Narnia", gran amigo de Tolkien en aquel ambiente tan "british" de la Universidad de Oxford y que tanto me seduce. Álvaro nos leyó sus poemas y nos habló de las influencias en su obra. Además de Cirlot, comentamos la obra de Julio Martínez Mesanza, Jon Juaristi y Luis Alberto de Cuenca (en este caso, no se habló de las semejanzas sino de su amistad, teniendo en cuenta que además nos ha visitado varias veces en el Gijón).
Como se verá sus poemas en endecasílabos poseen un ritmo y una musicalidad muy cuidados, y están en los antípodas de la poesía seudo sentimental y seudo literaria tan habitual en estos tiempos del "metaverso".
Las intervenciones de los tertulianos se encontraron a la misma altura.
POEMAS DE ÁLVARO PETIT
III
Será esperanza que tú aún me duelas,
después de tanto tiempo. Será que
aún permaneces -pura inmanencia-
clamando sordamente en lo absoluto.
Cuando la eternidad sea medida
de todas las cosas, será esperanza
más allá del tiempo que aún me duelas.
Y la mártir vocación de mis labios
carmesíes, ascuas y clavo ardiendo.
V
Voy a llevarte a un altar de piedra rota
que haya visto tanto amor, tanta muerte,
tanta vida estrenada en la mortaja,
tanto bautismo, que sea la piedra
quebrada pura tradición de ruinas
de un Amor que nos habla. Voy a llevarte
a un altar con una espada de plata
que sea una evocación de la sangre
y la vida; de lo que se derrama,
que es lo único que vale una batalla.
XII
Si vieras cómo el desconsuelo ha tintado el aire
de la estancia; cómo de la pared han surgido
arquerías góticas, que llaman a la gloria;
si vieras cómo el suelo ha quedado empapado
por la umbría bruma, tan espesa como la sangre
que se desparrama. Si vieras cómo el amparo
final; la niñez, abandona las cuatro esquinas
de mi corta cama o cómo el tiempo, en su preñez
de relojes, va enhiesto conquistando los pocos
momentos que se te regalaron como reino,
para que tú los gobernaras. Si vieras cómo
es pura intemperie y desafuero la abismada
mirada. Si lo vieras, verías mi silencio,
mi llaga apocopada, el más íntimo secreto.
XV
A veces los labios se ocupan sólo
de sí mismos, plegados en su propia
duda, en sus propios mundos, olvidando
lo que hay más allá de sus dos calados
límites, de todo cuanto respira,
y no entonan ya ni salmos ni ruegos,
ni lanzan besos en las madrugadas.
A veces, los labios se ocupan sólo
de sí mismos. Y entonces es el mundo
más inhóspito, menos palpitante.
XIX
Te conocí cuando aún te gustaban
los libros de Juaristi y de Mesanza
y en el antro de al lado de tu casa,
absortos leíamos Las trincheras
y nos convertíamos en soldados
de fe, en alta torre, en guardia del limes
oriental o en cientos de pasos ciegos,
mudos por las calles de Vinogrado,
por sus crasos humos manchesterianos.
Con el breve Spoon River Euskadi...
cómo la voz se nos despedazaba,
cómo nos abrasaba al desangrarse
Hace un mes nos topamos: pura suerte
de gran ciudad. Te habías colegiado
en no sé qué y se licuaba tu cuerpo
en un despacho, rodeada siempre
de informes grises, cercada por yermas
reuniones sin final. Si era en un banco
o en una universidad, da lo mismo:
burocracia y mujer, en todo caso,
responsable, de provecho. Y tan pronto
y tan súbito fue el cambio, que apenas
tu rostro había ceñido sus rasgos
a su alto y nuevo estado. Todo te era
frío; la pasión, una contingencia,
como cuando apenas quedan ya folios
en la impresora. Pero lo supe: era
una absurda mascarada. Tu rostro
de aspirante a mesa propia velaba
aún en las fieles marcas de Europa.
Nos alboreó Madrid, atronando
la cara y en el barrio de Salamanca,
en la primerísima de sus tascas,
te crujieron los huesos y el idioma.
Refundándote al pie de cada verso,
leías en deriva y naufragando
en océanos de venas que ardían,
una Robinson de estrofas y rimas.
Fue tan fugaz: apenas dos cervezas,
lo necesario para alimentarnos
del recuerdo y la nostalgia de aquellos
días largos, como un abrazo de horas.
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