Ayer se cumplieron los 200 años del nacimiento de Dostoyevski. Yo no tardé tanto en apreciar que detrás de sus libros se encontraban Cervantes, Balzac, Puskhin, Gógol, Kant o la Biblia. En realidad este escritor me ha acompañado siempre, desde que leí su novela corta "Noches blancas", tan melancólica, tan romántica, tan bella y triste. Después seguí con "El idiota", "Crimen y castigo" y "Los hermanos Karamázov". Y poco a poco entendí que su obra se reflejaba en las páginas de Proust, Kafka, Woolf, Hesse, Camus, Ciorán, Hemingway o Sábato.
"Era una noche prodigiosa, una de esas noches que quizá solo vemos cuando somos jóvenes".
Así comienza "Noches blancas".
Solo vivimos una vida y Dostoyevski siempre será un buen amigo. Él me ha presentado a lo mejor de la literatura universal, y también a Mahler, mi compositor, mi Relham. Su música está completamente atravesada por la obra del ruso. La música de Mahler podría ser, de alguna forma, la proyección de la línea trazada entre Schopenhauer, Dostoyevski, Nietzsche y Freud. Es la desintegración de lo absoluto que se funde en la naturaleza y la inconsciencia salvaje, una vuelta al origen femenino a través de un lenguaje puramente musical.
Por eso me voy a la facultad pasando por el Albert Hall de Londres transido de belleza:
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