El barrio de Malasaña siempre está animado, en particular algunas de sus pequeñas plazas perdidas entre las estrechas y viejas calles. Y luego te encuentras restaurantes de todo tipo, como el griego de las fotografías, donde puedes comer gyros, dolmades y baklavas. Allí sentado me pregunté lo que tomarían en su día Sócrates, Platón y Aristóteles, y recordé la petición de Diógenes a Alejandro Magno. Camino de casa me dieron ganas de ponerme a bailar una música, aunque no estuviera en una playa de Creta o una calle de Buenos Aires, sino en pleno centro de Madrid. Después de todo, cada día es domingo.
Y lo hago ahora, mientras me tomo un café y antes de irme a poner un examen. Troya nunca ha estado donde dicen que está, y yo lo sé:
No hay comentarios:
Publicar un comentario