A primeros de agosto andaba yo durmiendo la siesta dentro de un 4x4 en medio del Sáhara cuando un alumno de este año me envió un Wasap con un artículo que acababa de publicar en Linkedln en el que me citaba. Hablaba de la desigualdad laboral todavía existente entre hombres y mujeres en España. Tras beber agua y restregarme la cara con las manos, me dije que era entrañable que tus alumnos empezaran a citarte en sus primeros artículos. El muchacho está en esa fotografía de febrero o marzo de este año y yo me encuentro en el medio, sentado en el suelo. Esto me recuerda que al principio de ser profesor en la Universidad llevaba el pelo muy largo y me hacía la coleta. Incluso me ponía trajes que parecían pijamas y calzaba zapatos como los de las películas musicales americanas de los años 30. Y entre los alumnos y profesores había división de opiniones; a algunos les parecía demasiado atrevido y a otros les fascinaba. Lo cierto es que nadie se metió nunca conmigo en público. Supongo que decían que eran "cosas de Justo".
Ahora me tomo el primer café de este último y bonito día de agosto, cuando están a punto de volver las clases, y me pongo los zapatos de Fred Astaire, aquellos blancos y negros que todavía deben andar por casa:
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