Hace unos días encontré en la biblioteca municipal de La Laguna, Tenerife, un ejemplar de la novela "Entrevías mon amour" (Bartleby, 2009), la historia que escribí para mi padre, para los perdedores de cualquier guerra, y que dediqué igualmente a Ana María Navales, in memoriam, la novelista de Zaragoza que había muerto en marzo de ese mismo año (es la primera fotografía). Ana María fue una de las personas a las que dejé leer el manuscrito y le hice caso en alguna de sus sugerencias. Hace años escribí un texto sobre ella y ahora lo recuerdo mientras me tomo un café y el mar susurra lánguidamente a mis pies.
"Consejos de una escritora madura a un escritor más joven".
Uno de los muchos efectos positivos que tuvo escribir la novela "La paz de febrero" (Huerga y Fierro, 2006), fue permitirme conocer a la escritora zaragozana Ana María Navales (segunda fotografía). Un día sonó el teléfono; era Ana, que acababa de leer la novela. No nos conocíamos, pero estuvimos hablando durante casi dos horas. Ana fue novelista, poeta, profesora universitaria, ensayista y pasará a la historia de la literatura española por haber escrito uno de los libros de relatos más hermosos que he leído, "Cuentos de Bloomsbury", en la tercera fotografía, inspirados en Virgina Woolf y su mundo de intelectuales y artistas, donde se incluye al mayor genio de todos, John Maynard Keynes, el economista que de alguna forma "inventó" la socialdemocracia. Lamentablemente, falleció demasiado pronto y lo único que ya pude hacer fue presentar su novela póstuma en la librería Rafael Alberti de Madrid ("El final de una pasión", Bartleby, 2012), también sobre este mundo de Blommsbury, junto a su pareja Juan Domínguez Lasierra y Marta Agudo, que nos ha dejado joven. En su día estuve pensando escribir mi tesis de literatura sobre ella. Aún recuerdo aquellas tardes caminando juntos, como si el tiempo no existiera, por la Gran Vía hablando de Borges, Bioy, Paz, Salinas, Galdós, es decir de literatura, que es otra manera de llamar al amor. O en la estación de Atocha mientras esperábamos a que saliera su tren de vuelta hacia Zaragoza. Lo que más valoro de Ana son sus consejos. 'Solo debes escribir y publicar, Justo, si realmente tienes algo que decir, me decía. No escribas por escribir o para presumir de que eres escritor, añadía. Nunca dejes de leer ni estudiar para que merezca la pena leer todas tus obras. Sé humilde, acepta los consejos de los viejos escritores, que saben más que tú, y corrige todo lo que tengas que corregir. Solo así se producirá el pacto con el lector y este te seguirá, te admirará y te querrá.
Me parece que me hago mayor, amigos, porque empiezo a echar de menos a demasiadas personas inteligentes. De lo que no me olvido es de escuchar música, como esta de otro verano, en esos veranos en que comenzaba el amor, como una epifanía primigenia. Todos hemos tenido un verano así y hemos dado ese primer beso:
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