En la primera tertulia de Casa Manolo de este nuevo curso hice un paralelismo entre la ropa y la literatura, algo que también comento en mi último libro, sobre todo en el último relato. Si con veintipocos años, les dije, llevaba unos trajes caros y pajaritas de colores (como aquella que me regaló Paqui en los Harrods de Londres durante un paseo por aquella ciudad), acorde con mi trabajo en el Servicio de Estudios del Banco de Bilbao y de un economista tan keynesiano como era yo, enamorado del "Grupo de Bloomsbury" que lideraban los dos genios John Maynard Keynes y Virginia Woolf, con el paso del tiempo he ido despojándome de ropa igual que de determinadas "palabras" como escritor. Ha llegado la Cuarta Revolución Industrial y ya estamos inmersos en la llamada "segunda oralidad", como llevo diciendo en la Universidad a mis alumnos desde hace tiempo, y mi lenguaje ha ido quedándose casi desnudo, sin apenas adjetivos ni palabras barrocas y luminosas, repleto de huecos e imágenes que se difuminan en los textos y que debe rellenar el lector, ese "lector modelo" al que me dirijo, el lector que quiero que me lea. Esta foto la saqué ayer junto a la estación de Atocha con un libro de Virginia Woolf en la mano, precisamente. En realidad es una "conferencia" que impartió en 1940 con el título de "La torre inclinada", y que se acaba de publicar en España (se lo compró mi hijo hace unos días en el Thyssen y dediqué la soleada mañana del domingo a leerlo). Hablaré de cómo ha evolucionado la forma de escribir mañana en nuestra tertulia on line, como lo cuenta Woolf. La idea es que cada tertuliano hable del libro que esté leyendo.
Observo la fotografía ahora, mientras me tomo el primer café de la mañana y antes de irme a clase y pienso que todo lo que he escrito más arriba tiene que ver también con la música que me apasiona, como esta del siglo XVI.
¿Hay algo más despojado de adornos, de palabras insustanciales y vacías?
No hay comentarios:
Publicar un comentario