Ayer estuve paseando por una de las calles más castizas de Madrid. Hacía tiempo que no lo hacía. Me detuve un instante en la puerta de Casa Lucio, el primer restaurante donde tomé unas angulas con mis compañeros del Banco de Bilbao, en mi época de bróker. Observé las fachadas de las Posadas de las que nos hablaba Galdós en sus novelas y Episodios Nacionales, y recordé que Salvador Monsalud, el héroe de su Segunda Serie, estuvo por allí antes de irse a vivir, ya mayor, a uno de los Cigarrales de Toledo, con Solita, la mujer que siempre le estuvo esperando, aunque él nunca se fijara en ella hasta el final y se liara con unas y otras y se metiera en tantas batallas y conspiraciones políticas (como siempre ha ocurrido en mi vida, me enamoré de Toledo a través de la literatura y la música). Saqué una fotografía a un jardín donde existió una vez una casa en la que vivió una chica que me gustaba y que decía de mí que tenía "corazón de poeta". Una tarde de domingo fui con ella al Teatro de la Zarzuela, en la parte de atrás del Círculo de Bellas Artes, para ver mi zarzuela favorita, "Luisa Fernanda", tan galdosiana, con aquella revolución de la "Gloriosa" de 1868 contra Isabel II, que a continuación nos trajo la Primera República, y Galdós retrató con inteligencia y constancia. Ambos íbamos de blanco, yo con mi primer traje de lino y ella con un vestido de princesa:
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