Me encuentro por la calle a cuatro de mis ex alumnos y me llaman, me paro con ellos, nos preguntamos por la vida, nos reímos y estoy a punto de sentarme a jugar a las cartas. La vida es "ahora", en este momento en que me estáis leyendo, y sé que entre los chicos de 20 años siempre tengo esa edad. Nos miramos con mutua admiración. También que nunca olvidarán algunas de las cosas que les cuento en clase. Les dejo tras sacarnos una foto como recuerdo y continúo mi camino pensando en el último libro que se ha comprado mi hijo y que le robé por la mañana. Es un ensayo inédito de Hannan Arendt sobre "La libertad de ser libres", del que hablaré un poco esta tarde en nuestra tertulia virtual. Estoy de acuerdo con Arendt en que ser verdaderamente libre es no necesitar esa libertad, ni pensar en ella. Llego a casa y busco esos discos de vinilo que me compré con el primer dinero que me gané en mi vida con unas clases particulares de matemáticas. Mi madre me dijo que hiciera lo que quisiera con el dinero. Todavía conservo esos discos. Isolda es lenta para revelar o incluso reconocer verbalmente su amor por Tristán, y es la orquesta la que deja claros sus sentimientos. Como dijo Bernard Shaw "todas las escenas de amor meramente románticas que se han convertido en música palidecen ante el segundo acto del Tristán. Es un océano de sentimientos". Nos hayamos en el palacio del rey Marke, donde se organiza una cacería en la madrugada. Isolda espera a Tristán y Brangane, su doncella, le advierte del peligro de la cita, pues ella es la mujer del rey. Los amantes se encuentran, y la noche transcurre cuajada de palabras y de gestos de amor entre ellos. Kurnewal, fiel a Tristán le advierte para que huya. Llega tarde porque el rey Marke, advertido por Melot, los sorprende. El rey se lamenta de la traición. Tristán pregunta a Isolda si quiere seguirlo, incluso hasta la muerte, si es preciso, y ella le responde afirmativamente. Tristán y Melot luchan y el primero cae gravemente herido. Isolda se desvanece de dolor.
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