martes, 16 de marzo de 2021

"Atardecer en la Complutense con el semáforo en verde".

Estudiar, pensar, dar clase, escribir es encontrarse con el semáforo permanentemente en verde, como me ocurrió ayer por la tarde y en realidad todos los días. Se hacía de noche con suma lentitud sobre la Universidad Complutense que fundó Alfonso XIII, como a veces me ha ocurrido en otros lugares parecidos, como las Universidades de Salamanca, Valladolid, Santiago, La Laguna y Alcalá de Henares, por decir algunas que vienen ahora a mi cabeza, mientras me tomo el primer café de un precioso martes aún de invierno. En aquellos instantes pensaba en todos los profesores y en todos los escritores que me han precedido, y escuchaba en el coche a Mahler, el último movimiento de "La canción de la tierra", ese bellísimo adiós inmortal que escuché por primera vez en una de las filas de arriba del Real, cuando no se había recuperado como teatro de ópera, en el sitio de los estudiantes. Mahler empezaba a ser redescubierto y en Madrid se sentía una auténtica pasión por su música tan apasionada como libre y compleja. Como yo apenas era un jovencito imberbe, miraba alrededor y me veía rodeado por aquellos jóvenes entusiastas con barba y camisas de cuadros que buscaban la belleza y el sentido del humanismo en los libros de Marx, Nietzsche y Marcuse, y en la música de Mahler. Lo que sí recuerdo es que mi semáforo ya estaba en verde y empezaba a comprender el significado de ese "adiós" de Mahler a través de los poemas de la dinastía Tang (años 618-907), en la antología de "La flauta china", que tradujo al alemán Hans Bethge:
 
Analizar e interpretar las revoluciones artísticas y culturales que se han producido a lo largo de la historia, como diría Kuhn respecto de los paradigmas, es otra manera de hablar de mis clases, de mis pensamientos, de los textos que escribo. Se lo decía el otro día a mis alumnos.
 
Y, a pesar de las mascarillas, veía sus ojos iluminados, a punto de ponerse en verde.
 

 

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