Mi mente y mis gustos artísticos son absolutamente progresistas. Siempre miro hacia adelante, sabiendo lo que voy dejando detrás. El otro día me di una vuelta en el coche por las calles de Madrid, como hago tantas veces, y escuchaba la obra maestra del siglo XX sobre la primavera, un escándalo para las mentes conservadores de aquel 1913, y eso que se estrenó en París, la capital mundial de la cultura. No quiero imaginarme lo que habría ocurrido en Madrid y en el resto de España de haberse estrenado aquí, donde suele ignorarse a los artistas y escritores de vanguardia. Cada época necesita un nuevo lenguaje, y supo verlo Stravinsky a través de una escena ritual en la que una virgen que ha sido elegida para ser sacrificada danza hasta morir. Estamos ante la eclosión de la naturaleza que se renueva, la erupción estremecedora de la savia universal. Ya desde el preludio, un débil sonido de la flauta contiene ese valor en potencia, y que se extiende a toda la orquesta. Es el profundo temblor de la pubertad universal. Así cada instrumento es como un brote que irrumpe de la corteza de un árbol secular y tanto me recuerda a la Rama Dorada de Frazer. Se escucha la proximidad de un cortejo. Es el Santo que llega, el Sabio, el Pontífice, el más anciano del clan. Un gran temor se apodera de todos. El Sabio bendice a la Tierra. Su bendición es como una señal para la erupción rítmica. Y comienza el juego de los adolescentes. La Elegida devolverá a la Primavera la fuerza que le sacó la Juventud.
Ahora, mientras me tomo un café, entro en el Teatro de los Campos Elíseos para escuchar y ver la representación original del ballet cien años después, con la dirección de Valery Gergiev y la coreografía de Nijinksky, que supuso incluso un mayor escándalo que la propia música, ya que los bailarines no bailaban de una forma tradicional. El público abucheó con tal fervor que los bailarines no escuchaban la música, y Stravinsky tuvo que subir al escenario para marcar el tempo.
¿Por qué siempre seremos tan conservadores los seres humanos?
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