miércoles, 23 de junio de 2021

"Filosofía, poesía y mito".

En el principio fue el verbo, el logos, nos recuerda María Zambrano, la palabra creadora y ordenada que pone en movimiento y legisla. Y de él se sirve la filosofía para dotar de estabilidad al universo que el ser humano siempre ha visto caótico. En ese sentido la poesía duda entre lo que afirma y lo que niega, y parte de la incertidumbre para tratar de encontrar un camino. El mito intenta entender lo sagrado, relacionar lo inmanente con lo trascendente.
 
Ayer dediqué una parte de la tarde a leer un artículo con ese título publicado en la revista mexicana "La Colmena" en la que colaboro a veces como revisor, del profesor de la Universidad Autónoma de México José Mariano Iturbe-Sanchez, y que comienza así: "Las reflexiones que se han suscitado en Occidente sobre las diferencias y convergencias entre poesía, filosofía y mito son múltiples, ya que las tres tratan de dar una respuesta a las distintas problemáticas del ser humano. La poesía mantiene abierta una senda ante las dificultades que enfrenta el individuo al encontrarse en un universo en el que debe hallar los estatutos que revelen las características primordiales que fundamentan el cosmos, como afirma Parménides de Elea al señalar el Ser configurador de la realidad. La filosofía, por su parte, mantiene una dialéctica desde la cual intenta manifestar la Verdad; la tradición platónica sirve como ejemplo de esto. A su vez, el mito sostiene cada uno de los aspectos individuales y sociales de la persona, como demuestra Gilbert Durand". 
 
Este es el artículo:
 
Ya me resulta atractivo el leer tan solo el nombre de Gilbert Durand (Chambéry, 1921-2012), el antropólogo y crítico francés creador de la "Mitocrítica", y no porque yo naciera en otro Chamberí, aunque el suyo es de la Saboya francesa y el mío está en el centro de Madrid. Después de hacer la carrera de Teoría de la Literatura y Literatura comparada asistí como oyente a la asignatura de Mitocrítica, que no pude cursar por el horario (ya era catedrático de economía cuando hice esta carrera y dirigía un grupo de investigacón sobre el Welfare State). Además de aprovechar para leer el libro más importante de Gilbert Durand, "Las estructuras antropológicas del imaginario", con el estudio del régimen nocturno (la mujer), el diurno (el hombre) y la síntesis de ambos (la cópula), en aquella clase conocí a bastantes personas amantes de la literatura (en realidad todos los alumnos eran mujeres, que son las que de verdad leen en este país) y alguna se incorporó a la tertulia cuando la hacíamos en el Café Ruiz. Cierto día una de ellas nos sorprendió tras lanzarse a cantar un aria de Haendel en medio de la clase. Después me dijo que era soprano y que me la dedicaba a mí, el único hombre de la clase.
 
El mito se hizo poesía:
 
 

 

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