jueves, 3 de junio de 2021

"Centenario del Tractatus Logico-Philosophicus, de Wittgenstein".

El año 1921 se publicó uno de los libros de filosofía más relevantes del siglo XX. La Complutense preparó el jueves pasado una jornada para conmemorar el centenario, y quise escuchar alguna ponencia. Antes recordé varias cosas. Era la época de Picasso, del Grupo de Blommsbury, con Keynes y Woolf a la cabeza, del magisterio de la obra de Russell, del Círculo de Viena. Wittgenstein escribió en ese contexto que todo de lo que podemos hablar nos viene ya dado por el lenguaje. Podemos maravillarnos ante la existencia del mundo, pero, al mismo tiempo, no dejaremos nunca de reconocerlo como lo más cercano, lo cotidiano, la vida insondable. Lo que me interesa es saber que Wittgenstein quiso llevar el pensamiento hasta su límite. También recordé otras cosas. Por ejemplo que Otto Weininger fue el "enfant terrible" de la generación del "fin de siècle". Se suicidó en la casa donde murió Beethoven y nos dejó para la posteridad su libro 'Sexo y carácter'. Para Wittgenstein, la relación que establece entre genio y muerte se convirtió en una obsesión para escapar de la mediocridad. En cambio Karl Kraus le empujó hacia la claridad de lenguaje, entroncándose de esta forma con la línea que va de Freud a Schnitzler, de Schönberg a Kolo Moser, sin olvidar al arquitecto Adolf Loos, con quien Wittgenstein mantuvo amistad en busca de la pureza. En el mismo Prólogo de su Tractatus, Wittgenstein asegura que no es posible pensar el límite del pensamiento y que, por ello, solo cabe trazarlo en el lenguaje. Pero, podríamos preguntarnos de qué sirve trazar el límite en el lenguaje si aun así no vamos a poder pensarlo. Me imagino a Wittgenstein encerrado en sí mismo, como si estuviera separado del mundo y sus semejantes por una pared o un cristal invisible. Algunos estudios recientes han concluido que tal vez padeciera Asperger, pero más allá de este hecho el dualismo y la imposibilidad de derribar ciertas barreras se manifiesta en proposiciones tales como que el mundo de los felices es distinto al de los infelices. Después de todo, de lo que no se puede hablar es mejor callarse. 
 
Wittgenstein identifica la música de Brahms y Beethoven como la barrera que lo alejó del suicidio. Ahora me tomo el primer café, escribo este texto y escucho el principio de una sinfonía que forma parte de m cerebro desde que la escuché por primera vez siendo un niño. 
 
Es posible que existan personas cuyo lenguaje son ellos mismos:
 

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