"¡Mi niña, mi hermana,
piensa en la dulzura
de ir a vivir juntos allá lejos!
¡Amar a placer,
amar y morir
en el país que se te parece!
Los mojados soles
en estos turbios cielos
para mi espíritu tienen el encanto
tan misterioso
de tus ojos traidores
que brillan a través de sus lágrimas.
Allá no hay sino orden y belleza,
lujo, calma y voluptuosidad.
Unos muebles relucientes,
pulidos por los años,
adornarían nuestra habitación;
las más raras flores
mezclan sus aromas
en el vago perfume del ámbar,
los ricos techos,
los espejos profundos,
el esplendor de oriente,
todo allí hablaría
en secreto al alma
su dulce lengua natal.
Allá no hay sino orden y belleza,
lujo, calma y voluptuosidad.
Mira en estos canales
dormir estos navíos
cuyo humor es vagabundo;
para que alivies
tu menor deseo
vienen desde el fin del mundo.
–Los soles ponientes
revisten los campos,
los canales, la ciudad entera,
de jacinto y de oro;
el mundo se adormece
en una cálida luz.
Allá no hay sino orden y belleza,
lujo, calma y voluptuosidad".
("Las flores del mal", 1857, de Charles Baudelaire, en la traducción de Juan Carlos Abril y Stéphanie Ameri).
Antes de ayer pasé rápidamente la página 38 del libro de Javier del Prado sobre el viaje que estoy leyendo estos días, donde se recoge este poema de Baudelaire. Ya he terminado la lectura del libro, pero esta mañana he vuelto al poema, en una traducción algo diferente de la de mi amigo. La Revolución industrial ha cambiado el mundo, pero a los románticos no les gusta y enferman metafóricamente de tuberculosis y otras enfermedades del alma. De ahí la urgencia y la necesidad del viaje en sentido ontológico. Algo que puede ilustrarse con el poema de Baudelaire, uno de sus más festivos y musicales, en el que el poeta invita a una dama a viajar con él a un lugar lejano y mágico mientras la descripción de ese lugar se confunde con la de la propia dama. Así cogí yo a mi dama de la mano y me la llevé a la Plaza Saint Michael de París, en la Rive Gauche, y entramos en la mítica librería de la fotografía, la Gibert Jeune, después de hacer el amor con la ventana abierta sobre los tejados. Allí compramos una edición bilingüe de "Las flores del mal" y luego fuimos a escuchar jazz al lado, a Le Caveau de la Huchette, donde Bill Evans tocaba el piano y Jeremy Steig la flauta, el tema de amor entre Jean Simmons y Kirk Douglas en la película de Stanley Kubrick sobre la búsqueda de la libertad.
Son las "correspondencias" de la poesía y de mi vida:
No hay comentarios:
Publicar un comentario