miércoles, 16 de junio de 2021

"La voz de Javier del Prado apacigua".

Ayer por la tarde, entre las 18.30 y las 20.30, nos reunimos a través de Zoom 40 personas enamoradas de la literatura para escuchar al Catedrático de Filología Francesa de la Universidad Complutense. La idea era hablar sobre uno de sus grandes libros que le acaba de editar la Universitat de Lleida, "Voluntad de horizonte y añoranza de morada". La tertulia comenzó a primeros de octubre celebrando el año "Galdós" y terminaba haciendo un recorrido por casi todos los artículos y reflexiones que Javier del Prado ha escrito sobre el viaje, tanto real como metafórico, a lo largo de 30 años. Tuvimos la suerte de contar con Eugenia Popeanga, una de las grandes expertas en este tema en España y en el mundo, con la que Javier ha trabajado tantos años y en tantos Congresos, y que ha sido profesora mía en la asignatura de "Arquitectura y literatura" y "Rilke, Eliot y Pound", y con su editora Angels Santa Bañeres. Y debatimos sobre esos tres síndromes que abren el libro de Javier, el del "centauro" (esa salida de casa por parte del ser humano para conocer el mundo y a la vez el deseo irrefrenable de volver al hogar), el "síndrome de Stendhal", con ese místico estado de ánimo que se apodera de nuestra alma cuando contemplamos una obra de arte que es casi más espiritual que real, y el de la "Villa Adriana", con el afán por rodearnos de las cosas maravillosas que hemos conocido en tantos viajes y que nos gustaría traernos a casa. Javier nos habló de los tres huecos que ha intentado cubrir con este libro y con casi todos los que ha escrito y vivido, su herencia religiosa, que ha cumplido con el concepto de la metáfora, del absoluto. Su herencia literaria, con aquellos maestros formados por el cuarteto simbolista francés, Mallarmé, Baudelaire, Rimbaud y Verlaine. Y el tercer hueco a través del viaje propiamente dicho, con la búsqueda de la patria.
 
Podíamos habernos estado hablando durante horas con Javier, con unos tertulianos preparados y generosos que intervinieron a cada momento. Haberlo hecho de Montaigne y los dos viajes a Estados Unidos de Juan Ramón Jiménez, como poeta recién casado y como "exiliado". Como dijo mi hijo (que quiso estar en esta última tertulia, así como la filóloga Yolanda Brown, que está escribiendo una tesis sobre mi obra literaria y que tiene su oposición de Secundaria este mismo sábado), una de las características de Javier es que "su voz apacigua". Y a mí también me apacigua escuchar el piano de Franz Liszt en el "Valle de Obermann" (por cierto, a Murakami le ocurrió lo mismo y uno de sus personajes se fue de peregrinación por Europa escuchando a Liszt). Me refiero al héroe romántico de una novela epistolar de Sénancour, que influyó en los escritores y pensadores posteriores, como Unamuno, y al que Javier le dedica el capítulo 12 de su libro. 
 
Ahora, mientras me tomo el primer café de la mañana, me perderé mentalmente en la soledad de los Alpes suizos, como le sucedió a Obermann, o al Childe Harold de lord Byron, que también es amigo mío, aunque es más Don Juan que yo, y pienso en este mundo que estamos creando. El pianista chileno Claudio Arrau, uno de los más grandes de la historia, podría tocar esta música para mí:
 

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