miércoles, 8 de diciembre de 2021

"Cartas a un joven poeta".

Hoy quiero hablar de Abel Jara Romero. Lo conocí el mes de marzo de 2019 en un acto en Vallecas "contra la violencia de género", que cerré yo. Como hago tantas veces, me bajé del escenario, me situé junto al público y, tras nombrar a los poetas que habían intervenido, hablé de la evolución de los Derechos Humanos desde el siglo XVIII. Se me acercó un muchacho en silla de ruedas. Me dijo que me leía siempre en las redes sociales y que también estaba escribiendo una novela; incluso había acabado un libro de poemas. Le gustaría venir a mi tertulia del "Café Gijón", con la ayuda de su madre, pues viven en Vallecas. Y cosas de esta vida, esto ha sido posible cada martes (ayer hicimos puente, ya que, desde siempre, la tertulia se adapta a mi calendario de la Universidad) por culpa de la pandemia. Seguí los consejos de una antigua tertuliana, la procuradora Pilar Azorín, mamá de uno de mis ex alumnos, y transformé la tertulia en virtual desde abril de 2020.
 
Abel acaba de publicar el libro de poemas, y me lo envió hace unos días. Este sábado pasado tuvimos una larga conversación, donde le comenté la interesante primera parte del libro y mencioné autores que no debe dejar de leer, Machado, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Cernuda, Eliot, Pound, Stevens, Rilke y esas cartas a un joven poeta que me hicieron feliz cuando cayeron en mis manos a los 17 años. Esta obra reúne la correspondencia que el autor de "Las elegías de Duino" mantuvo con un joven poeta desconocido, llamado Franz X. Kappus. Se habían conocido en la academia militar de Sankt Pölten (Austria) y compartían hondas preocupaciones existenciales, como la verdadera vocación del poeta. Rilke reflexiona en las cartas sobre la esencia de la poesía, pero también sobre otras cuestiones como el dolor, la soledad o el amor.
 
Para terminar la conversación dije a Abel: "Brindo por tu inteligencia y por los nuevos libros que continuarás escribiendo".
 
Ahora me tomo el primer café de la mañana escuchando una obra que adoraba Rilke, y yo también. Y qué mejor que hacerlo de la mano de Eliot Gardiner desde el Albert Hall:
 

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