martes, 14 de diciembre de 2021

"¿Para qué sirve el arte en el siglo XXI?"

Se puede vivir sin arte, por supuesto. O tal vez no. Yo no. Quiero ir más allá de la experiencia y reflexionar sobre la infinita y laberíntica complejidad del ser humano.

Por eso sigo yendo a los museos de arte contemporáneo, el arte de mi época, la mía, donde sé que me voy a encontrar con artistas que están comprometidos con la evolución del arte, y me van a contar a través de sus obras cómo era el arte del pasado y cómo puede ser el del futuro. Por eso mismo uno de mis lugares favoritos de Madrid es el Reina Sofía, donde me podría quedar a dormir la siesta (tengo una fotografía tumbado en un sillón de su cafetería -que me sacó el artista Antonio Zaballos-, en el que se me ve a punto de dormirme). Y esto me sucedió el sábado pasado en el museo Lázaro Galdiano, el intelectual del siglo XIX que vivía en la calle Serrano y le "quitó" la novia a Galdós. En este bello lugar se han puesto de acuerdo el fotógrafo leonés Alberto García Alix y el artista plástico valenciano Ángel Haro para fundir sus obras, eliminar el tiempo (a lo Heidegger o Bergson) y penetrar en las profundidades oníricas y creativas que comenté al principio. Ambos vienen del Romanticismo, y de Novalis y Hugo aprendieron que en las sombras y la oscuridad se encuentra la luz. Los dos artistas dialogan, se fusionan en un mismo latido. El tiempo asola al tiempo, lo hace volar, lo ilumina, lo oculta. Quizá por eso la parte de abajo de las fotografías que saqué es su reflejo en el suelo.
 
Después de todo lo real es aquello que no esperamos.
 
Y otra vez Bartók, como aquel aletear de pájaros en la noche, una música de mi época que lleva toda la tradición en busca de nuevos caminos para el conocimiento:
 

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