"Nunca me has parecido esa clase de hombrecillo supeditado", me dice en un Wasap la pintora madrileña Johana Roldán. Paseaba por el museo Reina Sofía, vio ese cuadro del artista bilbaíno Juan Pérez Agirregoikoa (1961), sacó la foto, se acordó de mí y me la envió. Un poco después me encuentro en Instagram un poema que me dedica desde su tierra el poeta argentino Waldo Orozco (en los dos casos hablo de este domingo pasado).
"Ojos de perro".
(A un amigo escritor que siempre veo escribiendo sentado en algún bar de Madrid con esa mirada que solo tienen los que saben mirar @justo_sotelo).
"Una luna inmensa tras los pinares como la de anoche,
que alumbra la escena de dos amantes
iluminados por su propia luz
"almando" su propio rayo de neón.
El mismo rayo,
rayo de sol padre de todas las luces
en la misma esquina
se ensaña con un niño en harapos sentado
sobre el cordón frío de asfalto
y estira desde allí
una mano inmensa
gigante
que se estira y estira como una bandera escrita con ruegos
y desesperanza
por una moneda pequeña pequeñísima.
La misma moneda
en las manos del abuelo que llegó hasta ahí
mano en mano
hasta otro niño que corrió hasta la esquina
por un dulce,
la misma esquina del dulce beso
de los amantes
del deseo impune
de la luz de la luna
de la farola bajo la llovizna
reflectando la luz de todas las almas que allí se juntan
como ángeles abandonados,
como perros.
Los mismos perros
que se comeran los restos del que pasa,
y le robarán algo
alguna sonrisa
algún grotesco gesto de desdén
un saludo agradecido
gracias gracias!
un cigarro a medias
como la media sonrisa
como una disputa
como si fuera un hueso o el beso
que se disputan los amantes
como una moneda
un intercambio
un robo
algo que se mendiga sin pudor
bajo la luz de cualquier astro
o una farola
un neón
o la chispa del amor
o de unos ojos.
Luces...
Luces de la tarde entre el sol y la luna
que se disputan también
quién pondrá telón y fondo a eso,
a eso...
a eso que esta sucediendo
y que la misma gente no comprende
ni comprenderá que ya sucedió
menos la luz
que en este preciso instante
es rojiza y azulada
como los ojos del poeta, sentado
en la misma esquina en un bar,
solo.
Sólo los ojos del poeta podrán
ver la luz
la moneda
los amantes
los niños...
Y los perros.
Los poetas y los perros
que comparten ojos e instinto,
buscando huesos,
pero esa es otra historia".
Releo ahora el poema y observo la foto del perro atado mientras me tomo el primer café de esta mañana. "Los poetas y los perros", dice el poema y yo lo repito entre dientes. Y me viene a la cabeza la obra maestra del cine surrealista español, de Buñuel y Dalí, en el instante en que la navaja corta la luna. Estamos en París, se escuchan unos tangos argentinos y la música de "Tristán e Isolda" que da sentido a la película. Yo tengo 17 años, aquella mañana he estado jugando al tenis en las instalaciones de Moncloa y me acerco al Museo de Arte Contemporáneo que está al lado -antes de que se creara el museo Reina Sofía y Johana pudiera hacer la foto tantos años después- y donde proyectan "Un perro andaluz", que veo por primera vez y me deja perplejo.
Cómo no iba a ser escritor para contarlo:
Amigo es justo (valga la redundancia) de lo que hablo! Me ha emocionado hasta las lágrimas! Abrazo de sur a norte siempre estás en mis pensamientos cuando de escribir se trata.
ResponderEliminarEres un encanto, Waldo. Un abrazo.
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