viernes, 3 de diciembre de 2021

"No arrodillarse ante nadie".

Ayer me tomé un café con el ingeniero biomédico Marcos Benítez, en el Campus de Montegancedo de la Politécnica, entre Pozuelo y Boadilla (su facultad se ve a la derecha en la fotografía). Marcos es de Ambato, capital de la provincia de Tungurahua (Ecuador), donde ejerce como profesor en su Universidad, y está en Madrid haciendo el doctorado. Su madre es Leonor Aldas, una persona encantadora que escribe unos comentarios muy hermosos en este muro desde su país. Y pidió a su hijo que le llevara en Navidad mi novela "Poeta en Madrid", a ser posible dedicada. Como siempre he pensado que estas cosas son las que, verdaderamente, merecen la pena para un escritor, me acerqué a verlo. Hablamos un rato con el café delante y, entre otras cosas, le conté que me ha vuelto a doler la rodilla. Me había quitado el dolor mi fisio gallega de la Seguridad Social, pero ahí está de nuevo. Marcos, que también tuvo un grupo de música de joven y estudió la carrera de Medicina ancestral, me dijo que ese dolor en la zona del menisco es porque nunca me quiero "arrodillar" ante nadie. Le dije que son los años y los viajes, y todo eso, pero él me sonrió e insistió en su diagnóstico. A la vuelta me pregunté si le gustaría mi dedicatoria a su madre, y, a la vez, me dije que no tiene mucho sentido llevar la contraria a un ingeniero biomédico. 
 
Unas horas después (debido a la diferencia horaria), salí de dudas, pues Leonor Aldas escribió esto en su muro:
 
"En esta bella y radiante mañana, estoy feliz mirando la fotografía del día, del famoso escritor español Justo Sotelo, a quien admiro tanto, y que está junto a mi hijo Marcos Raphael que se encuentra en Madrid, becado por la UTA estudiando el doctorado, y sostiene en su mano la obra 'Poeta en Madrid' de Justo. El es un escritor - profesor magnífico, un ser maravilloso y cuya esencia es fantástica, es genial, y una verdadera enciclopedia. Estoy muy agradecida con Justo, por su gentileza, pues se dio tiempo y trabajo para ir a ver a mi hijo, y ponerle su dedicatoria en la obra, para mí. Es el instante preciso para aprovechar, no solo para sugerir, sino más bien para hacer una invitación cordial a que lo sigan en face, y aprecien sus obras. Es una dicha leer sus escritos, porque transmite vida. Me honra ser su admiradora.
 
Antes, durante el camino de vuelta a Madrid, Mercury me había dicho que no me parara y que siguiera sin arrodillarme ante nadie, salvo ante personas como Leonor:
 

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