El director y la secretaria de la Cátedra Leopoldo Panero, Javier De la Rosa y Charo Alonso Panero, me invitaron a hablar sobre la obra de Leopoldo María Panero. Nos acompañaron profesores, escritores y artistas, entre los que se contaban Agustín E. Díaz-Pacheco, Susi Llarena, Chema Menéndez, José Ramón Sampayo Rodríguez, Jose Felix Saenz-Marrero (que presentó el acto) y el Coro del Orfeón la Paz de La Laguna. Y lo que hice fue improvisar una compleja charla sobre Leopoldo María Panero, Kierkegaard y Dios, de forma similar a como suelo improvisar mis clases en la Universidad, hablando de lo que me apetece tras prepararme a conciencia el asunto del que tengo que hablar. No soy especialista en los Panero; en realidad no lo soy de casi nada, pero sí que soy un lector atento, y he leído con atención libros suyos como "Así se fundó Carnaby Street" (1970), "Teoría" (1973) y "Narciso en el acorde último de las flautas" (1979). Como lector no me interesan sus conocidas entradas y salidas de hospitales psiquiátricos y otros acontecimientos de su vida, sino el hecho de que se licenció en Filosofía y Letras en la Complutense y Filología Francesa en la Central de Barcelona, lo que se nota en la calidad, profundidad y simbolismo de sus libros, que le convirtieron en uno de los escritores más preparados de la segunda mitad del siglo XX. Su indudable dominio del lenguaje y su enorme cultura me recuerdan a Eliot y Pound.
En cierto momento mencioné a su padre, Leopoldo Panero, tío de Charo, gran seguidor de su maestro Antonio Machado, y su poema epitafio:
"Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra".
Por contra, su hijo Leopoldo María es claramente "antimachadiano". Como un buen hijo no pudo dejar de contestar al padre, aunque lo hiciera con una carta a lo Kafka, en un poema de "Teoría". Siempre escatológico, en el sentido etimológico de la palabra, imagina un futuro de convivencia con el padre, en una situación de amor y odio a un tiempo:
"Glosa a un epitafio"
(carta al padre)
"Solos tú y yo, e irremediablemente
unidos por la muerte: torturados aún por
fantasmas que dejamos con torpeza
arañarnos el cuerpo y luchar por los despojos
del sudario, pero ambos muertos, y seguros
de nuestra muerte; dejando al espectro proseguir en vano
con el turbio negocio de los datos: mudo,
el cuerpo, ese impostor en el retrato, y los dos siguiendo
ese otro juego del alma que ya a nada responde,
que lucha con su sombra en el espejo-solos (...)
Para terminar de esta forma:
De ese beso, final, padre, en que desaparezcan
de un soplo nuestras sombras, para
asidos de ese metro imposible y feroz, quedarnos
a salvo de los hombres para siempre,
solos yo y tú, mi amada,
aquí, bajo esta piedra".
En fin, poetas y momentos de esta vida tan literaria que quiero vivir mientras me tomo el primer café de una mañana de otoño con otro adagio estremecedor de Mahler:
No hay comentarios:
Publicar un comentario