El abismo tan solo puede salvarlo la palabra. Y eso es lo que hace la poeta (del absoluto). Para ella las palabras no son intercambiables. Existe una palabra, y no otra. Lo "esencial" no es buscar el adjetivo, sino la palabra. Es la posibilidad de interpretar los silencios, la pelea con el idioma. El fenómeno de la inspiración tiene su precio, y así la poeta busca el sentido oculto de este mundo. Las palabras "tocan" el centro de la tierra, como diría Zambrano. La pelea es terrible. Nos encontramos ante un proceso de conocimiento, y la poeta persigue "cincelar" la forma (Bécquer), pero no ve el camino. Es la realidad y es el deseo de Cernuda. No existe una urgencia de comunicación. Bousoño quería la realidad, pero una realidad interior. Hierro quería la torre de marfil, pero para cambiar el mundo. Surge la pelea entre la fantasía y la imaginación, la realidad y los sueños. En ese proceso mental de la poeta, incluso el amor constituye una parte de la visión interna. La poeta no puede vivir sin escribir, pues en caso contrario esas imágenes la matarían. Si dormir equivale a morir, como podría decir Shakespeare, solo la poesía logrará salvarla, ya que es lo que quedará, lo que pervivirá (algo que no es, exactamente, la pureza de la inmortalidad). De esta forma nace la voz del idioma, que es la voz de la poesía. No tiene nada que ver con el cronista que se limita a describir lo que siente. El proceso de maduración de la poeta que persigue lo inefable tiene que ver con aquello que no está claro. Los poemas sirven solo para que la poesía madure, porque la realidad sensible no es más que un fragmento de esa realidad.
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