sábado, 11 de diciembre de 2021

"El espejo retrovisor".

Ayer por la mañana iba en el coche después de clase escuchando a Paolo Conte, con esa canción sobre las oportunidades que te abre el amor, cuando me detuve en un semáforo y en ese momento una furgoneta blanca se llevó por delante el espejo retrovisor izquierdo (ese de la foto). Me bajé y observé que la furgoneta había hecho lo mismo con el espejo retrovisor derecho de otro coche, de una joven de veintitantos años. El hombre, de unos cuarenta años, casi se nos echó a llorar pidiéndonos perdón varias veces. Llevaba poco tiempo en la empresa (y en España) y su jefe se iba a enfadar mucho con él, al igual que el cliente que le estaba esperando desde hacía rato. La muchacha y yo nos miramos, y le dijimos que no se preocupara; los espejos no debían de costar demasiado, afirmamos al unísono. Nos quitamos las mascarillas y nos reconocimos. Belén había sido mi alumna hacía tres o cuatro años en la Universidad. Tras terminar la carrera hizo un Máster en abogacía y ya estaba trabajando. Tenía un estupendo recuerdo de mí. Decidí no llamar a mi seguro y llamé a Ángel, un tipo majo y dueño del taller de al lado de casa, y quedé en acercarle el coche. Solo serían 50 euros, me dijo. Belén me pidió el móvil por si ocurría cualquier cosa, y unos minutos después volví a escuchar la canción de Conte. Sonreí cuando decía "me paré en su sonrisa /viendo pasar los tranvías". 
 
En aquellos tiempos en los que apenas había móviles, solía apuntar el teléfono de las chicas que conocía por ahí (en el Retiro tomando el sol en un banco, en el Metro y el autobús, en un avión o un tren, a la salida de una biblioteca y a la entrada del cine o un museo) en la página del libro que siempre llevaba en la mano. Una vez tuve que llamar a una amiga a la que había prestado "Del amor", de Stendhal, con ese precioso prólogo de Ortega, para que me dijera el teléfono de otra chica, que había apuntado en una de sus primeras páginas. No lo recuerdo bien, pero creo que no recuperé el libro y tampoco el número de teléfono. 
 
En fin, si hubiera sido joven me habría tomado un café con Belén y habríamos cenado una de estas noches, mientras escuchábamos la voz cascada de Conte. La verdad es que nunca me ha importado que me rompieran el espejo retrovisor:
 

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