El mundo es tan hermoso que a veces no sé si convertirme en árbol o nenúfar. Supongo que soy una mezcla entre las raíces sólidas de un árbol milenario y la volatilidad de una flor flotando sobre el agua, como nos ocurre a todos. Observo la fotografía que me hice ayer por la mañana y me veo en medio del estanque de los nenúfares de Claude Monet colgado en el Musée d´Orsay, uno de mis lugares favoritos de este mundo donde no me importaría desayunar, comer, dormir la siesta, tomar un té por la tarde y acostarme por la noche en un cuadro de Van Gogh o Renoir. Ahora pienso en el cuadro que Monet pintó en 1899. El pintor pasó parte de su tiempo en su casa de Giverny, al noroeste de París, y consideraba que su jardín era su obra maestra. Así nació la serie de obras con "nenúfares". Existen variaciones del estanque en los museos más relevantes del mundo, pero recuerdo las armonías de colores combinadas con el juego de luces en ese estanque y la representación del puente arqueado que cruza toda la obra.
Y escucho a Ravel para no salir del impresionismo:
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