Ayer se cumplieron los 60 años de su muerte (Astorga, León, 17 de octubre de 1909 – Castrillo de las Piedras, León, 27 de agosto de 1962). Y hoy quiero recordarlo con una vivencia personal y literaria. El director y la secretaria de la Cátedra Leopoldo Panero, Javier De la Rosa y Charo Alonso Panero, me invitaron a hablar antes de que comenzara la pandemia sobre la obra de Leopoldo María Panero, en la Universidad de la Laguna. Nos acompañaron escritores y artistas, como Agustín E. Díaz-Pacheco, Chema Menéndez, Susi Llarena, José Ramón Sampayo Rodríguez, Jose Felix Saenz-Marrero (fue el que presentó el acto) y el Coro del Orfeón la Paz de La Laguna. Y lo que hice fue improvisar una compleja charla sobre Leopoldo María Panero, Kierkegaard y Dios de una manera similar a como improviso mis clases en la Universidad. No soy especialista en los Panero; en realidad no lo soy de casi nada, pero sí que soy un lector atento, y he leído con gran atención libros suyos como "Así se fundó Carnaby Street" (1970), "Teoría" (1973) y "Narciso en el acorde último de las flautas" (1979). Como lector no me interesan sus famosas entradas y salidas de hospitales psiquiátricos y otros acontecimientos de su vida, sino el hecho de estudiar Filosofía y Letras en la Complutense y Filología Francesa en la Central de Barcelona, lo que se nota en la calidad, profundidad y simbolismo de sus libros, que le convirtieron en uno de los escritores más preparados de la segunda mitad del siglo XX. Su indudable dominio del lenguaje y su enorme cultura me recuerdan a Eliot y Pound.
En cierto momento mencioné a su padre, Leopoldo Panero, tío de Charo, gran seguidor de su maestro Antonio Machado, y su poema epitafio:
"Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra".
Por contra, su hijo Leopoldo María es claramente "antimachadiano". Como un buen hijo no pudo dejar de contestar al padre, aunque lo hiciera con una carta a lo Kafka, en un poema de "Teoría". Siempre escatológico, en el sentido etimológico de la palabra, imagina un futuro de convivencia con el padre, en una situación de amor y odio a un tiempo:
"Glosa a un epitafio"
(carta al padre)
"Solos tú y yo, e irremediablemente
unidos por la muerte: torturados aún por
fantasmas que dejamos con torpeza
arañarnos el cuerpo y luchar por los despojos
del sudario, pero ambos muertos, y seguros
de nuestra muerte; dejando al espectro proseguir en vano
con el turbio negocio de los datos: mudo,
el cuerpo, ese impostor en el retrato, y los dos siguiendo
ese otro juego del alma que ya a nada responde,
que lucha con su sombra en el espejo-solos (...)
Para terminar de esta forma:
De ese beso, final, padre, en que desaparezcan
de un soplo nuestras sombras, para
asidos de ese metro imposible y feroz, quedarnos
a salvo de los hombres para siempre,
solos yo y tú, mi amada,
aquí, bajo esta piedra".
En fin, poetas y momentos de esta vida tan literaria que quiero vivir mientras me tomo el primer café de una mañana de verano con otro adagio estremecedor de Mahler, y miro el mar y su vaivén de las olas, como la vida:
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