jueves, 9 de febrero de 2023

"El amor cósmico".

A Rodin me lo he encontrado varias veces en mi vida, casi todas en París, en su museo, en el jardín de su museo, en la cafetería donde siempre pido un "café au lait". El otro día también me lo encontré en la Gran Vía, antes de tomarme un vermú en la Plaza Santa, como los personajes de mi novela "Las mentiras inexactas". Rodin vivió a lo largo de su vida la pasión por la escultura. Sus temas principales siempre fueron la verdad y la grandeza de los seres humanos. "Sed profundamente verídicos, salvajemente verídicos, decía. No dudéis nunca en expresar lo que sentís, incluso cuando lo encontréis en oposición con las ideas que hayáis recibido. Tal vez al principio no seáis comprendidos, pero el aislamiento durará poco. Y muy pronto vendrán amigos, porque lo que es profundamente verdadero para un hombre lo es para todos". Rodin terminó con el academicismo de su época al incluir en la escultura un elemento nuevo, el "conflicto" entre la pasión y la confusión de los sentimientos, aquel reflejo de su vida interior. Pensar en él también me lleva a hacerlo en Camille Claudel, su alumna, su amante, en lo complejo que es el amor entre dos artistas. Y pienso en Aleixandre. 
 
"Sí, te he querido como nunca.
¿Por qué besar tus labios, si se sabe que la muerte está próxima,
si se sabe que amar es sólo olvidar la vida,
cerrar los ojos a lo oscuro presente
para abrirlos a los radiantes límites de un cuerpo?
Yo no quiero leer en los libros una verdad que poco a poco sube / como un agua,
renuncio a ese espejo que dondequiera las montañas ofrecen,
pelada roca donde se refleja mi frente
cruzada por unos pájaros cuyo sentido ignoro.
No quiero asomarme a los ríos donde los peces colorados con el / rubor de vivir,
embisten a las orillas límites de su anhelo,
ríos de los que unas voces inefables se alzan,
signos que no comprendo echado entre los juncos.
No quiero, no; renuncio a tragar ese polvo, esa tierra dolorosa,
/ esa arena mordida,
esa seguridad de vivir con que la carne comulga
cuando comprende que el mundo y este cuerpo
ruedan como ese signo que el celeste ojo no entiende.
No quiero no, clamar, alzar la lengua,
proyectarla como esa piedra que se estrella en la frente,
que quiebra los cristales de esos inmensos cielos
tras los que nadie escucha el rumor de la vida.
Quiero vivir, vivir como la hierba dura,
como el cierzo o la nieve, como el carbón vigilante,
como el futuro de un niño que todavía no nace,
como el contacto de los amantes cuando la luna los ignora.
Soy la música que bajo tantos cabellos
hace el mundo en su vuelo misterioso,
pájaro de inocencia que con sangre en las alas
va a morir en un pecho oprimido.
Soy el destino que convoca a todos los que aman,
mar único al que vendrán todos los radios amantes
que buscan a su centro, rizados por el círculo
que gira como la rosa rumorosa y total.
Soy el caballo que enciende su crin contra el pelado viento,
soy el león torturado por su propia melena,
la gacela que teme al río indiferente,
el avasallador tigre que despuebla la selva,
el diminuto escarabajo que también brilla en el día.
Nadie puede ignorar la presencia del que vive,
del que en pie en medio de las flechas gritadas,
muestra su pecho transparente que no impide mirar,
que nunca será cristal a pesar de su claridad,
porque si acercáis vuestras manos, podréis sentir la sangre".
("Soy el destino"). 
 
Con "La destrucción o el amor" (1935), Aleixandre sigue el camino de "Espadas como labios" (1932), y sitúa la poesía española en lo más alto. El amor puede ser destrucción, pero a la vez suponer una integración cósmica, la unión con la Naturaleza.
 
En esta búsqueda mis recuerdos se convierten en ensueños:
 

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