Mientras escribo, y me tomo el primer café de esta suave mañana de invierno, me vienen a la cabeza algunas imágenes que tengo con mi amigo Antonio cuando buscábamos lugares para las portadas de mis novelas. Siempre he querido que se encargara de hacerlas, en realidad como una excusa para seguir viviendo la literatura de otra manera. Antonio me sacó estas fotografías delante de la iglesia de Entrevías, cuando pensábamos en la portada para "Entrevías mon amour". Al final no quise salir en la portada y elegimos una foto de Antonio con dos vías que se cruzan. La literatura, para mí, no tiene nada que ver con el dinero o la fama. Es una forma de vivir, de ser y de comportarme. Por eso la elección de la portada también define mi actitud ante la literatura y la vida, porque me permite estar con las personas que he elegido en el viaje de la vida. Y una de ellas fue Antonio. Esta vida es demasiado corta, pero hay algo que nadie nos podrá quitar, me decía siempre Antonio, la de vivir, mirar, pensar e incluso soñar como un artista. Ayer escribí sobre el párroco de la iglesia del barrio de Entrevías, Enrique de Castro, en la hora de su muerte, y los comentarios fueron preciosos y sentidos (desde aquí quiero agradecerlos todos). Y entre ellos estuvo el de la escritora y profesora Emma Prieto, que dio clase a "niños con necesidades especiales" en Entrevías y conoció al padre Enrique. El año anterior a la pandemia Emma leyó la novela y escribió: "Acabo de terminar la lectura de "Entrevías mon amour". Es una novela que parece escrita hoy a pesar de ser publicada hace diez años. Es tremendamente actual porque habla de víctimas y de verdugos, de la memoria y el olvido, del dolor, del regreso, del amor. Las mujeres que aparecen son como las que queremos: poderosas, reivindicativas, libres. Está tejida con multitud de referencias literarias y se desarrolla en el barrio de Entrevías, que en la novela es un escenario real y mágico a la vez. Me encanta que el autor tome partido por los desposeídos y los desarraigados".
Hoy es Carnaval. La primera vez que estuve en el baile de disfraces del Círculo de Bellas Artes el organizador era Antonio, lo que conté en otra novela, "La paz de febrero". Antonio dejó de caminar junto a mí hace más de dos años. Quizá la vida no sea otra cosa que flotar en el viento, como dice la canción que se escucha en "Entrevías mon amour":
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