"Si queremos explicar la vida con una comparación, podría decirse que es como ser lanzada en el Metro a cincuenta millas por hora y llegar al otro extremo del túnel sin que te quede una sola horquilla en el pelo".
(Virgina Woolf, "Una marca en la pared", Cuentos escogidos, 2022, Editorial Firmamento, p. 87).
Otro de los regalos por mi "no cumpleaños", ahora en casa, fue este libro prologado por Menchu Gutiérrez y traducido por Amelia Pérez Villar (fuimos compañeros en la Junta Directiva de la Asociación de Escritores de España, ACE, mientras estuve en ella. Además llevaba a sus niños al mismo colegio al que fue el mío). En estos cuentos de Virginia Woolf hay muchos libros que se desprenden de las manos de una mujer, como frutos maduros para el sueño, y es posible que la mujer levante la mirada del libro para ir al encuentro de algo, de un objeto, de un recuerdo, de la cabecera o del tren de cola de un pensamiento. Paqui fue la primera persona que me habló con gran pasión de Virginia Woolf, tras estudiar sus novelas en la carrera de Filología Inglesa; su libro favorito era "Al faro". La segunda mujer en hacerlo sería Ana María Navales. Sus "Cuentos de Bloomsbury" es una de las obras maestras de la literatura española de las últimas décadas. Por otra parte, uno de los primeros relatos que escribí en mi vida, con unos diez años, fue para mi madre, que me enseñó a leer. En cierta manera, sigo escribiendo para ella. Ayer, Almudena Mestre me hizo un precioso regalo en la tertulia (mañana hablaré de la conversación sobre teatro que tuvimos en ella, pues antes tengo que meditarla un poco; mi madre también me enseñó a pensar las cosas antes de decirlas y escribirlas) y María José Muñoz Spínola una "no novela" de la que también hablaré otro día. La poeta Aurora da Cruz me escribió tras la tertulia para decirme que le gustaba mi nuevo corte de pelo.
Va por vosotras, mujeres, por todas las mujeres que he conocido y que leen y piensan el mundo.
Y también va esta voz, y su rebeldía:
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