miércoles, 29 de marzo de 2023

"En busca de la trascendencia".

Ayer un arlequín se paseó por la tarde por el barrio de Argüelles del centro de Madrid. Y me dictó este texto que titulé "La voz suave de los delfines": 
 
"En mi mente a veces aparece el arlequín, al ritmo de la música de Schumann, y creo que al poeta y sacerdote de Zaragoza Fernando Vallejo Ágreda le sucede lo mismo. El arlequín lo observa todo, lo escribe y lo lee todo. Puede ser en Zaragoza o en Madrid, siempre en busca del mar, como sucede en este libro nada más abrir sus páginas. Las imágenes oníricas se mezclan con el mundo cotidiano de la "voz poética", dibujan horóscopos mientras mueren los tranvías. Las metáforas nos hablan del poeta en primera persona, pero también en nombre de los demás, como si fueran heterónimos y Sibilas escuchando la voz suave de los delfines. No es cuestión de conceptos, como podría haber dicho Saussure, sino más bien la expresión de un conjunto de intuiciones. Existen tantas vidas y emociones que recordar cuando nada es definitivo, tantos sentimientos confundidos, tantos unicornios sin nombre. Lo inefable se adhiere a la estructura de unos poemas que hablan de la vida, de lo más natural, pero también de lo surrealista, casi de la mano de Rimbaud y Gil de Biedma, cuando el viajero es carnal y rosa, como nos podría decir Umbral o la voz poética de este libro maravillosamente escrito. Por supuesto, existe una relación de signos, pero, como diría Bousoño, la lengua no sirve como tal en un poema, sino que es modificada por el poeta, por el arlequín para permitirme recordar la “noche oscura del alma” mientras lo leo. No vale únicamente con el ritmo o el metro, sino que tiene que emerger lo espiritual. Es entonces cuando el poeta nos contagia con su profunda visión de la vida. Es la "simbolización sensitiva", esa "caída matinal del cielo al mundo", en expresión de Juan Ramón Jiménez, porque “no sé dónde termino yo y comienzas tú en mi pecho”, algo así como la “inmensa inmensidad en la que habito”. En el caso de Vallejo es cuestión de escribir aquello de que quien “busca la belleza, encuentra la verdad”, el platónico lema de una de las escuelas de arquitectura inglesas. Y así se puede amar tanto en el mes de enero como en el de julio, ya que en cualquier momento pueden sangrar las rosas para el poeta cuando la vida es otra vez. Y entre personificaciones y metáforas que actúan como metonimias y a la inversa vamos pasando las páginas convencidos de que leer poesía tiene un carácter salvífico, sanador, en el sentido más noble de la palabra, viajando de la morada interior a la exterior y regresando de nuevo al útero materno. El poeta ama y escribe, y tiene tiempo para el “Ordo Amoris” de San Agustín.
 
"Tras leer dos veces este libro de poemas de Fernando Vallejo he comprendido que las cosas y los acontecimientos no solo “son”, sino que tienen “origen” y “trascendencia” y, en la belleza con razón de necesidad, la poesía es un medio de tocar la libertad y el sentido último de la vida".
 
Rubinstein tocaba esta música:
 
Ayer estuve muy a gusto junto al "sacerdote poeta" de Zaragoza Fernando Vallejo Ágreda, que vino a Madrid para presentar en Casa Manolo, junto a los arcos de la Moncloa, en Princesa, su undécimo libro de poemas, "La cinta amarilla", editado con belleza por Antonio Benicio Huerga en Los Libros de Mississippi y un dibujo de portada de Pessoa por parte de Federico Contín. De alguna forma el libro de Fernando Vallejo lo recorren Fernando Pessoa y sus heterónimos, y estos también nos acompañaron gracias a los profundos textos que nos leyeron Almudena Mestre y María José Muñoz Spínola. Y estuve muy a gusto junto a mis amigos que me rodeaban, Peter Redwhite, Cristina Fernández, Antonio Banús, Aurora da Cruz (que leyó con su pasión y delicadeza acostumbradas un poema), Susana Fraile, las dos Cármenes, Carmen Sogo, Begoña García, Oskar Rodrigáñez, Pilar S. Tarduchy, Concha Galán y otros amigos como José María Herranz, director de la editorial Poeta de Cabra que luego dio lugar a la editorial de Antonio Benicio. Ya iré hablando de estas nuevas incorporaciones.
 
Ahora me tomo un café y el arlequín me dice que la vida también puede ser espiritual y trascendente, como nos dijo Fernando desde su amor a Jesucristo y desde su amor a la palabra, a la literatura, a la belleza.
 
A la Verdad.
 




 

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