La primera terraza que recuerdo en mi vida es con 6 años viviendo en Felanitx, en el este de la isla de Mallorca. Aquel lugar tenía algo de la luz del oasis y el sabor a pan, aceite y tomate, a dátiles. De la terraza pasaba a la arena blanca de Cala Murada y Porto Colom, al tren que recorría la isla para nosotros, a las cuevas del Drach y las perlas de Manacor y la Tramontana con el monasterio de Lluc, Deia y Valdemosa (donde Chopin compuso sus 24 Preludios op. 28). En Cala Murada mi madre siempre se reía cuando me ponía el bañador porque tenía que cubrirme con una toalla hasta la cabeza ya que me daba vergüenza. Con los años la perdí, jeje. De aquel bellísimo lugar de mi niñez mediterránea todavía recuerdo los amaneceres y las casas de cal y los paseos al colegio y las películas en el cine que no me perdía ningún domingo con mi hermano y que no tardaron en mezclarse con los rojos y amarillos de mis sueños. Supongo que en aquel cine de un pueblo de Mallorca también empecé a ser un poco escritor.
Escucho a Chopin en este domingo de marzo:
La última terraza que conozco es tu cuerpo.
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