jueves, 28 de marzo de 2024

"Ni don Juan ni Casanova, don Quijote".

No puedo evitar ayudar a la gente que tiene problemas o al menos de intentarlo, ya sean de tipo físico, psicológico o sociológico. Me gusta que la gente sea feliz y siempre he tratado de transmitírselo, con una sonrisa, una clase inteligente y divertida, empujando una silla de ruedas de esa persona que no puede caminar o escribiendo algún poema a una persona tímida para que conquiste a la chica de sus sueños. Es tan hermoso ver a la gente que aprecias sentirse feliz consigo misma, al menos unos instantes. Quizá por eso me he pasado la vida defendiendo a los marginados, a los discriminados, a los homosexuales, a los negros, la libertad de la mujer y el respeto a los valores estrictamente humanos.
 
En su "Teoría de la novela", Lukács la definió como la historia de un héroe problemático que vive en un mundo complejo. Se cuestionan las barreras sociales tradicionales, los valores no son indiscutibles y los individuos ya no encuentran un lugar perfecto en el mundo. Don Quijote es uno de esos héroes, y la suya es la aventura en estado puro, aunque te partan los huesos, los dientes y el alma. Cervantes creía que había escrito un simple divertimento, pero sin el Quijote no se hubieran escrito el Tristram Shandy y Santiago el fatalista, y desaparecería de golpe la literatura inglesa, francesa y española de los siglos XVIII y XIX. Yo no hubiera encontrado sentido a "El idiota" de Dostoyevski, al Pierre de "Guerra y paz" de Tolstói, ni al Larry Darrel de "El filo de la navaja" de Somerset Maugham.
 
Esto lo cuento en mi último libro y de alguna forma siempre lo he sabido, incluso antes de estudiar al filósofo húngaro, marxista y crítico literario de origen judío.
 
Y hablando de instantes, me tomo un café escuchando uno de los momentos mágicos de la música. Una vez viví una historia de amor sustentada en este adagio de Chaikovski, entre otras cosas porque siempre me ha gustado bailar la vida:
 

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