sábado, 16 de marzo de 2024

"El justismo, un nuevo género literario", por Pedro Saugar.

 


Tras leer “Un hombre que se parecía a Al Pacino”, reconozco que es difícil intentar ser justo con Justo. Primero, porque, pese a no conocerlo en persona, ha sido de los pocos, si no el único escritor reconocido, que se ha hecho eco de mis novelas, hasta el punto de invitarme a presentar "Turileda" en su famosa tertulia de los martes. Y segundo porque hace años que cada mañana me desayuno con su columna, de la que se nutre este libro, por lo que casi todos sus capítulos, claro, me suenan. No voy a decir que estoy deseando levantarme para encontrarme con Justo en Facebook (al menos de momento el mundo me sigue inquietando lo suficiente como para seguir saltando de la cama), pero sí que leo sus posts, además de con una sonrisa que me congracia entre legañas con la humanidad, con una voracidad cultural de alumno aplicado. No solo me ha descubierto a Mahler (ahora banda sonora obligada de mis devaneos de escritor), sino también a otros músicos, escritores y cineastas de los que no tenía referencia, o muy desvaída. Y eso por no hablar de nuestra mutua pasión compartida por Picasso, la bohemia parisina y Fernando Zóbel.

Justo Sotelo es, lo quiera o no, un genuino “influencer cultural”. Es decir, alguien que, arropado por unos conocimientos culturales que, lejos de ser impostados, cimentan su personalidad, es feliz compartiéndolos, convencido de que “el artista… siempre buscará la belleza, sea en Venecia o en su propio corazón”. Y, además, y por mucho que huya de la encorsetación en géneros (“Poeta en Madrid”, su última obra, es un buen ejemplo), resulta que ha inventado uno, el justismo, que podría definirse, en este mundo virtual de las redes, como la sublimación humanista del postismo, no tanto por su periodicidad como por su coherencia temática (la cultura y el positivismo, ese “siempre miro la vida como una novela” tan adictivo como necesario en este caos mundial actual) y estilística (una prosa directa, cuasi periodística, que “fluye como el agua de un río”).
 
De Justo me interesa tanto lo que dice como la forma y el tono en que lo dice. Y eso por la sencilla, y tan rara, razón de que tiene mucho que decir. Tanto que a veces puede parecer, para un recién llegado a su universo tan particular, un tanto exhibicionista, como dando la razón a los que de jovencito le consideraban “extravagante o excéntrico” por ir siempre con un libro en la mano y decir cosas raras. Si ser extravagante o excéntrico es pensar que “hemos venido a este mundo a ser felices y hacer felices a los demás” y, lo que es más grave aún, a practicarlo, utilizando ese don para saber transmitirlo a los demás escribiendo, viva el exhibicionismo.
 
No solo felicito a Justo por ser injusto con nosotros sus lectores, pues a cambio de nada nos regala a cada café con leche esa capacidad de hilvanar todas las artes con la naturalidad de un sastre del alma, de hacernos ver que no dejan de ser una actitud ante la vida, sino que me atrevo a sugerirle que extienda ese magisterio a los más jóvenes, que tan necesitados están de sus conocimientos y su empatía, expandiendo su capacidad de influencia por otras redes (pienso en Tik Tok, por ejemplo, o hasta en Youtube).
 
Y le deseo que siga, por nuestro bien, siendo siempre ese bohemio que solo cena queso, uvas y una copa de vino (quién pudiera).

2 comentarios:

  1. Una crónica bella y atinadísima de Pedro Saugar sobre una persona especial, libre, generosa y que pone, además, toda su sabiduría polifacética al servicio de sus semejantes.
    Suscribo la definición de Justismo y la de influencer cultural. Certificó el hecho de que, cada mañana, abre una ventana a la ilusión, al conocimiento y a la fraternal convivencia de todos quienes le leemos.
    Justo Sotelo es un embajador de cultura y libertad.
    ¿No es esa, también, una maravillosa forma de amar?
    Gracias Pedro. Gracias Justo

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  2. Miguel Ángel, tú también abres ventanas al mundo. Un abrazo, poeta.

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