viernes, 5 de julio de 2024

"¿Qué llevan las mujeres en el bolso?"


 
A una mujer se la puede conocer por lo que guarda en el bolso. Sus misterios, sus secretos, sus amores e incluso sus desamores; ellas lo meten todo dentro, y los hombres a veces podemos conocerlo, aunque no siempre. Ahí dentro guardan la inmensidad, lo inefable, a ellas mismas, incluso pueden llevar un libro de Justo Sotelo. El otro día Mercedes Rodríguez Arias me envió esa foto con mis "Cuentos de los viernes" desde una terracita de Oviedo. Su bolso es grande y hermoso. Me gusta que lleve esos cuentos que empiezan con un prólogo y un epígrafe. Luego se pueden leer los primeros relatos, como "El baile" y "El tiovivo". 
 
El epígrafe (p. 11) dice:
 
"Ven
corporízame como yo te almo".
 
Gabriela Amorós Seller (La fragua cero).
 
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"El baile" (p. 13).
 
"Las palabras que escuchaban eran capaces de besarlos como si tuvieran boca, palabras de amor, de deseo, encadenadas al ritmo de la música y la voz.
 
Bailaron tras hacer el amor en su casa.
 
Los fados no se bailan, aseguró ella mientras él la apretaba contra su pecho. Cualquier cosa se puede bailar si se está enamorado, tenía él la mirada perdida, hasta una canción dolorosa y melancólica. La noche ha perdido su rostro, dijo ella. ¿Cómo se baila eso? Cerrando los ojos y dejándose llevar, dijo él. Cerrando los ojos…, murmuró ella y se apretó a su cuerpo. Al terminar el disco ella volvió a ponerlo por a primera canción, luego regresó a la cama. Se abrazaron y se recogieron como un ovillo. Ella se encontraba feliz entre sus brazos, y pequeña. Sentía que era algo contradictorio, incluso ridículo. Si por un lado necesitaba estar allí y oler su piel, por otro quería huir lejos, a cualquier lugar lleno de gente donde él no la encontrara. Él iría en su busca, por supuesto, pero ella se escondería. Y así podría nacer tranquilamente, con él y sin él, con su cuerpo y sin su cuerpo, con la sangre cayendo a borbotones sobre el cuerpo de su amante y sobre el suyo.
 
El disco continuaba sonando, y ellos se amaban como si fuera la última noche o la primera noche.
 
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"El tiovivo" (p.15).
 
"El mar se encontraba en calma, caía la noche y envolvía el tiempo y el espacio, y los animales de madera y de colores se preparaban para revivir la constante aventura de cinco minutos.
 
Ellos se acercaron midiendo el tiempo que los unía. Se miraban a los ojos, como si el mundo no existiera. Cuando hacían el amor era como si la evolución de la humanidad no tuviera otro sentido que reunirlos en un espacio sin coordenadas ni música. Ojalá no nos parásemos nunca, dijo ella. Y él asintió y buscó su mano, y la besó, mientras su beso daba la vuelta a las aceras, a la playa, a la ciudad aún despierta. Los niños y sus padres nos están mirando, aseguró él señalando con la mano hacia el espacio comprendido entre su tiempo y el tiempo de los demás. No veo a nadie, seguía ella acariciándolo con la mirada. No distingo las casas ni las luces, añadió, sólo creo en tu presencia cuando siento que me libero de mis recuerdos y los errores de mi vida. 
 
En el instante en que los caballos dejaban de correr, ellos supieron que nunca podrían bajarse de allí".
 
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Quién no ha querido hacer el amor alguna vez subido a un tiovivo mientras suena un fado en domingo, aunque sea viernes, como los cuentos: 
 

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