Ayer vi a una chica de poco más de quince años leyendo "Guerra y paz"
en un avión. Me quité las gafas, me restregué los ojos y volví a mirar,
por si me había equivocado y era el típico best seller o ganador de
cualquier Planeta o cosa parecida. Desconozco cuantas obras literarias
quedarán al final de los tiempos, pero desde luego una será esta novela
de Lev Tolstoi.
Siempre me he sentido identificado con Pierre Bezújov, aunque en el
vals que he puesto al principio el príncipe Andrei Bolkonski sea el que
baile con Natasha Rostova. No obstante, al final Pierre se queda con la
chica, como Dios manda.
Tolstoi era en realidad una mezcla de Pierre y Andrei, y reconozco que a mí me ocurre algo por el estilo. Está esa parte intelectual que nos induce a vivir rodeados de libros, que defiende la justicia social y el bien común. Además, está esa parte nuestra de diletantismo, de los cafés, los bailes, los viajes. Siempre he dicho que me habría gustado que Madrid se hubiera acercado al cosmopolitismo de París, Londres o Nueva York. Y no me olvido del sentido del humor, de cómo se puede vivir esta vida sin reírte de ti mismo. Estos personajes me recuerdan a los héroes de Galdós de las dos primeras series de sus "Episodios Nacionales", Gabriel de Araceli y Salvador Monsalud (¿he comentado alguna vez que considero a Galdós el mayor novelista español de la historia?), y no solo por referirse a la misma época de la novela de Tolstoi.
Hay otra parte que no he mencionado y desconozco si estaba en Tolstoi, la parte bohemia, la de hacer lo que me da la gana, la de que me importen un pito el poder, la política, el dinero y ascender socialmente a ninguna parte, la de regalar flores y detener el coche en mitad del campo para contemplar una puesta de sol o escuchar el murmullo de un río o el mar, la de jugar con un niño, un gato o un perro. Quizá esta sea la parte dominante, aunque me lo paso bien con todas.
En fin, soy un tipo normal y corriente, como todo el mundo. Seguramente, la única diferencia entre unas personas y otras sea el deseo de bailar un vals todos los días.
Tolstoi era en realidad una mezcla de Pierre y Andrei, y reconozco que a mí me ocurre algo por el estilo. Está esa parte intelectual que nos induce a vivir rodeados de libros, que defiende la justicia social y el bien común. Además, está esa parte nuestra de diletantismo, de los cafés, los bailes, los viajes. Siempre he dicho que me habría gustado que Madrid se hubiera acercado al cosmopolitismo de París, Londres o Nueva York. Y no me olvido del sentido del humor, de cómo se puede vivir esta vida sin reírte de ti mismo. Estos personajes me recuerdan a los héroes de Galdós de las dos primeras series de sus "Episodios Nacionales", Gabriel de Araceli y Salvador Monsalud (¿he comentado alguna vez que considero a Galdós el mayor novelista español de la historia?), y no solo por referirse a la misma época de la novela de Tolstoi.
Hay otra parte que no he mencionado y desconozco si estaba en Tolstoi, la parte bohemia, la de hacer lo que me da la gana, la de que me importen un pito el poder, la política, el dinero y ascender socialmente a ninguna parte, la de regalar flores y detener el coche en mitad del campo para contemplar una puesta de sol o escuchar el murmullo de un río o el mar, la de jugar con un niño, un gato o un perro. Quizá esta sea la parte dominante, aunque me lo paso bien con todas.
En fin, soy un tipo normal y corriente, como todo el mundo. Seguramente, la única diferencia entre unas personas y otras sea el deseo de bailar un vals todos los días.
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