La vida es un estado de ánimo. O de la Naturaleza.
Observando
el atardecer de ayer me vino a la cabeza esta música. Vi ese ballet en
directo en la Ópera de París cuando era muy joven. Con el paso de los
años se convirtió en uno de mis "Cuentos de los viernes":
"Pas de deux".
"Llegó con los cruasanes recién hechos. Él la esperaba sentado en la cama, leyendo el libro de Baudelaire que ella le había regalado para celebrar su primer año juntos.
Se limitaron a mirarse a los ojos mientras masticaban lentamente. Ella se volvía a Francia y a él no parecía importarle. Quizá tuviera razón Louise cuando le dijo que aquel hombre no le convenía. No era un problema de diferencia de edad o de que ella siempre hubiera sentido dolor en sus relaciones sexuales. Él nunca había valorado sus esfuerzos por convertirse en bailarina profesional; el ballet clásico le parecía anacrónico, muy alejado de su adorada posmodernidad. El arte y la literatura estaban en otra parte, decía, quizá en las series de televisión. Al final ella llegó a la conclusión de que no tenía que haber dejado Aix-en-Provence; en Marsella había buenas escuelas y no le hubiera sido difícil dedicarse a cumplir su sueño. Si no hubiera acompañado a Louise a aquel café, él no habría aparecido en su vida, con su traje impecable, como un Don Draper cualquiera escapado de una historia de ficción.
Se amaron en silencio mientras sonaba en la radio el “Pas de Deux” de Tchaikovsky, la obra que le pusieron en el último examen, y que había vuelto a suspender.
Ella resistió como pudo el dolor. Quizá fuera la última vez que hacían el amor".
("Cuentos de los viernes, 2015. Bartleby, p. 20).
"Llegó con los cruasanes recién hechos. Él la esperaba sentado en la cama, leyendo el libro de Baudelaire que ella le había regalado para celebrar su primer año juntos.
Se limitaron a mirarse a los ojos mientras masticaban lentamente. Ella se volvía a Francia y a él no parecía importarle. Quizá tuviera razón Louise cuando le dijo que aquel hombre no le convenía. No era un problema de diferencia de edad o de que ella siempre hubiera sentido dolor en sus relaciones sexuales. Él nunca había valorado sus esfuerzos por convertirse en bailarina profesional; el ballet clásico le parecía anacrónico, muy alejado de su adorada posmodernidad. El arte y la literatura estaban en otra parte, decía, quizá en las series de televisión. Al final ella llegó a la conclusión de que no tenía que haber dejado Aix-en-Provence; en Marsella había buenas escuelas y no le hubiera sido difícil dedicarse a cumplir su sueño. Si no hubiera acompañado a Louise a aquel café, él no habría aparecido en su vida, con su traje impecable, como un Don Draper cualquiera escapado de una historia de ficción.
Se amaron en silencio mientras sonaba en la radio el “Pas de Deux” de Tchaikovsky, la obra que le pusieron en el último examen, y que había vuelto a suspender.
Ella resistió como pudo el dolor. Quizá fuera la última vez que hacían el amor".
("Cuentos de los viernes, 2015. Bartleby, p. 20).
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