viernes, 31 de agosto de 2018

El otro día se comieron a este escritor con forma de tarta en una fiesta de cumpleaños.

A mí lo que me gustaría saber es quién se llevó a la boca el trozo relativo a sus recuerdos, esos con los que soñaba unicornios que se escapaban de una novela o una película, como decíamos ayer. La imaginación es producto del inconsciente, eso ya se sabe. Y a este paso me va a salir azúcar en la sangre, entre la tarta de chocolate de Madrid y el bombón del otro día de Fuerteventura.

¿O todo es literatura, hasta el inconsciente? En ese sentido recuerdo la obra de Jean Piaget, el psicólogo y epistemólogo suizo que expliqué varios años en la asignatura de "Método científico". El desarrollo cognitivo es cosa suya. En su opinión el protagonista del aprendizaje es el propio aprendiz, y no tanto sus maestros y tutores, y de esa forma destaca la autonomía de cada individuo. Este realiza sus propios esquemas partiendo de la abstracción, ya que todo en la vida es un descubrimiento continuo.

Lo que olvidaba Piaget (e incluso a veces me ocurre a mí mismo) es cuanta azúcar puede ponerse al bombón y a la tarta, es decir, el contexto cultural donde la fábrica de chocolate recibe los permisos necesarios para fabricar sueños.

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