Ya han pasado varios siglos desde
que el rey Enrique IV dijera esa conocida frase, pero continúa siendo
agradable pasar unos días en París y darse una vuelta, lentamente, por
el barrio del Marais. Entrar en el Museo Picasso, uno de los sitios que
más me gustan de la ciudad, y tomar un café au lait en el patio
interior, dando vueltas a la cucharilla también con lentitud, como si se
removiera el mundo, respirando el ambiente, sabiendo que te rodean las
obras de uno de los mayores genios que han existido, como esas cabras
tan curiosas que no me dejaron fotografiar por más que lo intenté. No se
trata de fetichismo, sino de abrir los sentidos de par en par a la
creación. Y cenar cerca de allí, a la luz de las velas, y brindar con
una copa de vino tinto, por supuesto. Antes de terminar puede aparecer
Carla Bruni escapada de una película de Woody Allen, con una guitarra en
la mano, susurrando una canción.
https://www.youtube.com/watch?v=ORIHBCMK9oc
En la Medianoche de París todo es posible, incluso que Carla Bruni sea una chica con el pelo corto.
En la Medianoche de París todo es posible, incluso que Carla Bruni sea una chica con el pelo corto.
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