domingo, 19 de agosto de 2018

"Antonia Pozzi, la poeta de la hipersensibilidad".

Ayer me regalaron un libro de esta poeta que nació en Milán en 1912 y se suicidó 26 años después. Pozzi tuvo varios amores, pero su corta e intensa vida estuvo marcada por la dificultad de su amor hacia Antonio M. Cervi, su profesor de latín y griego, un hombre de gran cultura y sensibilidad. Su madre pertenecía a la nobleza italiana y su padre era un famoso abogado que se opuso a esa relación. Los años previos a la Segunda Guerra Mundial, marcada por el ascenso del fascismo, también influyeron en la progresiva desesperación de la joven. Al morir no había publicado ningún poema. Su padre publicó después una selección de ellos, silenciando el nombre de su amor. No sería hasta el impulso del poeta Eugenio Montale, en los sesenta, cuando empezaría a ser conocida de verdad. También fueron editados sus diarios, cartas y su tesis de licenciatura, "Flaubert. La formazione letteraria (1830-1865)".

La poesía y la fotografía fueron sus dos mejores formas de expresión. Hay personas que llevan la sensibilidad cosida a la piel, como las venas a la sangre.

"Pausa".

"Me parecía que este día
sin ti
tenía que ser inquieto,
oscuro. Sin embargo está lleno
de una extraña dulzura, que aumenta
con el paso de las horas
igual que la tierra
después de un chubasco,
se queda sola en silencio para beberse
el agua caída,
y poco a poco
en sus venas más profundas
se siente penetrada.


La felicidad que ayer fue angustia,
tempestad,
vuelve ahora en breves
oleadas al corazón
como mar apaciguado.
Bajo el suave sol reaparecido brillan
cándidas ofrendas:
las conchas que la ola
dejó en la orilla".


"Pausa".

"Mi pareva che questa giornata
senza te
dovesse essere inquieta,
oscura. Invece è colma
di una strana dolcezza, che s’allarga
attraverso le ore –
forse com’è la terra
dopo uno scroscio,
che resta sola nel silenzio a bersi
l’acqua caduta
e a poco a poco
nelle più fonde vene se ne sente
penetrata.


La gioia che ieri fu angoscia,
tempesta –
ora ritorna a brevi
tonfi sul cuore,
come un mare placato:
al mite sole riapparso brillano,
candidi doni,
le conchiglie che l’onda
lasciò sul lido".


("El alma desnuda", Impronta, 2015, edición de la poeta Herme G. Donis).

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