jueves, 10 de enero de 2019

"Un paseo por Madrid de la mano de Galdós".


1.     Planteamiento de la cuestión.
           
Un aspecto esencial en la obra de Galdós es la importancia que concede a la economía. Como es lógico era un elemento angular en la sociedad de su época, y Galdós no podía dejarlo de lado a la hora de describir las miserias y grandezas que definen a sus personajes. Esto ocurre en su primera gran “novela contemporánea”, La desheredada, y continúa, por ejemplo, con La de Bringas, Lo prohibido, Fortunata y Jacinta y la serie sobre Torquemada. Las descripciones del comportamiento humano de sus protagonistas, así como de ese mundo maravilloso que aparece en sus obras con forma de personajes secundarios, no tienen nada que envidiar a las que se deducen de las teorías de los libros de economía escritos por Smith, Malthus, Ricardo, Marx y Stuart Mill. Algunas páginas de esas novelas podrían ser consideradas como la parte aplicada de los tratados de Economía Política que, desde la década de los ochenta del siglo XIX, se conocerá como Economics, en su aspiración por imitar a la Fisics

¿Cómo describiría Galdós, si viviera, este período de crisis económica que nos ha tocado vivir en la actualidad? ¿Incluiría también como elemento esencial en la vida y comportamiento de sus personajes el escaso crecimiento de la economía, los problemas de la deuda privada y pública, y el elevado desempleo de la clase media española? Si ya fue muy irónico y mordaz a la hora de referirse a la degradación moral de la burguesía de su época, ¿qué diría ahora con el fin de analizar la estupidez económica y social que estamos viviendo en manos de ese eufemismo que llamamos “mercados financieros”? En el siguiente epígrafe se resumen los principales sucesos de las dos novelas tomadas como referencia, donde se observa la relevancia de los aspectos económicos, para pasar, acto seguido, a las características que originaron el sistema económico del siglo XIX. A partir de ello se establecerán algunas conexiones que permitan extraer conclusiones sobre el modo de vida de la burguesía de esa época, e incluso de la nuestra. Si las relaciones económicas comenzaron a tener sentido cuando la burguesía ocupó un lugar destacado en la segunda mitad del siglo XIX, con un proceso imparable de acumulación de dinero y posterior movimiento del mismo en los principales mercados económicos y financieros, algo similar está ocurriendo en estos momentos. El progreso económico posee raíces en la continua circulación del dinero, y cuando esta se paraliza también lo hace la economía. Este hecho ha sido habitual en las anteriores crisis sistémicas, y también está ocurriendo ahora.


2. La situación económica como uno de los motores de la acción en las obras de Galdós.

En las décadas de los 70 y 80 del siglo XIX, Galdós no dejó de escribir obras maestras. La de Bringas (1884) es una de sus novelas más modernas y actuales, con la que se adelantó a ideas posteriores sobre la “espacialización” del tiempo. Este aspecto del cronotopo es uno de los rasgos distintivos de la novela en el siglo XX y ha marcado la posmodernidad (al respecto puede verse: Garrido Domínguez, 1993). Y lo mismo le ocurre a su siguiente novela, Lo prohibido (1884-1885), a pesar de las diferencias de estilo. Galdós se encontraba en la plenitud de su actividad creadora; había dejado atrás las novelas de “tesis” y ya dominaba, a la perfección, la narración realista y naturalista. Los puntos esenciales de ambas novelas (y de casi todas sus obras de aquella época) son los papeles que juegan el “dinero” y la “mujer”, en este último caso poco más que una mercancía en manos del hombre, es decir, del sistema capitalista. La mujer busca, necesita, desea tener dinero porque es la forma de salir de la mediocridad en la que vive inmersa. Y sólo puede hacerlo trabajando fuera de casa, casándose con un hombre que la mantenga o pidiéndolo prestado al usurero de turno. En todos esos casos, su futuro es desolador. En primer lugar, el marido le va a permitir disponer de dinero a cambio de cumplir con su papel de mercancía y no cambiar el orden establecido por la convención de siglos acumulados de poder por parte del hombre; en segundo lugar, trabajar fuera de casa todavía será una misión casi imposible para ella ante el lento desarrollo económico del país y, por último, los préstamos de los usureros inciden más en su paulatina degradación.



En los siglos XVIII y XIX, España no contó con una verdadera revolución industrial, comparable a la de los países de nuestro entorno, encabezados por Inglaterra y Alemania, y debido a ello el papel de la burguesía fue irrelevante durante demasiado tiempo. Las cosas empezaron a cambiar hacia la mitad del siglo XIX, con los gastos de inversión para la construcción del ferrocarril, la creación de industrias y, políticamente, con el triunfo de la Gloriosa y la salida de Isabel II del trono. No obstante, fue difícil terminar con la lucha entre el proteccionismo y el librecambismo (Blanco y Blanco Aguinaga, 2008: 16). En esa sociedad en transición no resultaba difícil confundir el “ser” con el “querer ser” e incluso con el “parecer”. Era una sociedad que se basaba en las apariencias. Rosalía Pipaón de la Barca de Bringas, por ejemplo, valoraba más el parecer que el tener, y algo similar podría decirse de Milagros, la marquesa de Tellería. Si la primera consume compulsivamente en las tiendas de moda de Madrid, a la marquesa le ocurre algo similar. Llegará un momento en que la mujer modesta tenga incluso que prestar dinero a la aristócrata para que esta pueda pagar las deudas que se originan por sus constantes fiestas, viajes y caprichos, y la otra presumir de codearse con la aristocracia. La vida de Rosalía podía considerarse feliz, dentro de la disciplina en que sometía a su hogar el cabeza de familia, Francisco de Bringas, un oficial de 1ª de Intendencia del Real Patrimonio, que cobraba un sueldo anual que no superaba los treinta mil reales, lo que les permitía vivir sin grandes alegrías. Sin embargo, Rosalía (como tantas mujeres de la época) tenía que dar un paso más.

Francisco de Bringas es un “puritano”, ese tipo de persona que ha asimilado la forma de vida de la religión protestante, que prima el trabajo y el esfuerzo, junto al ahorro. Por ese motivo la novela comienza con la creación de un cenotafio (casi de juguete) que está realizando para obsequiárselo a Pez, que había ofrecido un empleo en Hacienda a su hijo, con un sueldo de poco más de 400 reales al mes. Francisco es un tipo oscuro y tacaño, que elabora el cenotafio porque no le cuesta apenas dinero. A él no le interesan la ropa y la moda, por supuesto, como les ocurre a su mujer y a la marquesa, y todo su afán es poseer un pequeño cofre con unos miles de reales, fruto de su trabajo y el consiguiente ahorro. En su pequeño mundo las apariencias no poseen ningún sentido, lo contrario de lo que le ocurre a Rosalía y a la sociedad “bien” de Madrid, que, como se dirá en Lo prohibido, es una sociedad que se podría resumir en su propia emblema, con el oso que se estira para coger el fruto del árbol, pero que nunca lo consigue atrapar. Las palabras “dinero”, “sueldo”, “consumo”, “ahorro”, etcétera, están en boca de los personajes desde el principio, y también del narrador, un curioso sujeto que se inmiscuye en la historia también por razones económicas, y que la concluye también de forma curiosa, pues incluso podía haberse convertido en amante de Rosalía a cambio de dinero. Esos conceptos son habituales en la ciencia económica, y ofrecen sentido a la circulación de la renta, tanto de forma individual como colectiva, incluyendo el sistema financiero.

Lo prohibido, por su parte, es la continuación natural de la novela anterior. Es una obra más extensa y de mayor calado analítico. José María Bueno de Guzmán empieza a hablar de dinero desde el principio de la novela, y casi termina refiriéndose al mismo asunto en las últimas páginas. Los ejemplos son numerosos, casi agobiantes, y se apoderan en bastantes ocasiones de la trama. Aparentemente Lo prohibido es la historia de la seducción del protagonista a sus tres primas: Eloísa, María Juana y Camila (o al menos los intentos de seducción, ya que en el último caso resultan infructuosos, lo cual da lugar a algunas de las escenas más surrealistas), pero, como casi siempre en Galdós, las cosas son más complejas. Lo fascinante es cómo consigue el autor relacionar el fondo de la historia con la forma, utilizando el “dinero” y la idea de riqueza como hilo conductor.

La novela comienza el año 1880, es decir, doce años después de la Gloriosa, momento en que termina La de Bringas, cuando su protagonista llega a Madrid con una fortuna considerable que le permite vivir una vida relajada y feliz. Siempre que José María describa a sus familiares y amigos (es de los pocos casos en que Galdós escribe en primera persona), aludirá a su situación económica. Los rasgos físicos y mentales de cada personaje son completados siempre por la mayor o menos existencia de dinero a su alrededor. Y por eso es importante la Bolsa de Valores, un escenario recurrente a lo largo de la novela. En lugar de reunirse en cafés o restaurantes, en muchas ocasiones los personajes lo hacen dentro de las paredes de la Bolsa. La derrota final del protagonista une su fracaso sentimental con el económico, y lo hace de forma perfecta. José María dejará de ser un donjuán en el instante en que se acerque a la ruina de su economía particular por diversos motivos, casi siempre por culpa de las mujeres, algo que también relaciona la novela con La de Bringas, donde Rosalía se salvará de un final próximo a lo ignominioso, pero no terrible. Rosalía cambia a lo largo de la trama, en la misma medida en que José María se despeña por una pendiente cada vez más grande hacia su final.



3. Ideas sobre Economía política.

En cierta medida, el comportamiento de los personajes de Galdós tiene su base en la idea moderna de Economía, extendida en buena parte de Europa durante el siglo XVIII. Lo prohibido es la primera novela de Galdós donde tiene cabida el desarrollo industrial en España, una perspectiva distinta de los comerciantes de otras novelas, como Fortunata y Jacinta. En aquella se habla de capitalismo con rigor y profundidad, lo que la convierte en una de sus obras más modernas e inteligentes. Para un economista clásico como John Stuart Mill (que vivió en la misma época de Galdós), la economía es la ciencia que estudia la riqueza y las leyes de su producción y su distribución, una definición más completa que la clásica y conocida de la ciencia de la administración de los recursos escasos. Para Alfred Marshall, otro economista clásico, la economía es el estudio de la humanidad en las ocupaciones ordinarias de la vida y examina la parte de la acción individual y social relacionada con la obtención y el uso de los artículos materiales necesarios para el bienestar. También ha sido esencial para la comprensión de la ciencia económica la definición de Lionel Robbins, para quien la economía estudia la conducta humana como relación entre fines y medios escasos con usos alternativos. No obstante, la definición más interesante es la que dio Salvador de Madariaga, sobre todo por su contenido moral, y que Galdós habría aplaudido de haberla conocido. Para Madariaga, la verdadera economía es la administración adecuada de los valores morales en el reino material (Sotelo, 2001: 55-57).

Una de las críticas que suele hacerse a los economistas es que sus teorías no logran explicar la realidad, porque son elementales e incompletas, y su comportamiento es aún peor cuando intentan predecir el futuro. Como defensa se puede argumentar que los científicos, investigadores y filósofos tienen un límite para la comprensión de lo que les rodea. No parece, por tanto, que sea un proceder lógico que se haga un juicio por la existencia del límite, cuando es más correcto que se valore la capacidad de alcanzar y superar poco a poco la frontera de lo posible. Tampoco es una tarea sencilla establecer con precisión el momento histórico a partir del cual la economía se apropió de las características de una disciplina científica. Está más o menos admitido, no obstante, que la fecha clave fue 1776, con la publicación de la obra de Adam Smith Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. Mucho más atrás en el tiempo se encuentran las ideas de los filósofos griegos clásicos, así como de los escritos económicos de los siglos XIII y XIV, mientras que los antecedentes cercanos proceden de las aportaciones de los fisiócratas. Entre los antecedentes metodológicos estaría la tradición deductiva, con autores como Descartes y Espinoza, la inducción empírica, con Bacon y Locke, la tradición escéptica, con Hume y, posteriormente, la síntesis entre el racionalismo y el empirismo, con Kant (Sotelo, 2001: 58 y ss). 

            Las ideas de mercantilistas como Hume y Steuart sobre el comercio europeo en los siglos XVII y XVIII constituyen los primeros vestigios del moderno pensamiento económico. La riqueza de un país es una magnitud stock (acumulación de metales preciosos) y la actividad económica busca el aumento del intercambio exterior para obtener una balanza comercial que permita más entradas de oro y plata. Las actuaciones de las autoridades deben girar sobre el incremento de las exportaciones y el freno a las importaciones. La escuela de los fisiócratas (Quesnay, Mirabeau, Turgot) establece un esquema formalizado del funcionamiento de la economía con la Tableau Économique de Quesnay. El fundamento de su discurso se presenta condicionado por el racionalismo de la época, y se basa en la existencia de un orden natural espontáneo de tipo físico-material, al que pertenece la sociedad, constituido por relaciones causales y estables que funcionan mecánicamente. Su interpretación posee un carácter deductivo, con ejemplos sacados del terreno de la agricultura, pues la riqueza es un flujo circular originado por el excedente agrícola.

Los principales economistas clásicos crearon un cuerpo de leyes y principios de funcionamiento económico, pero no se plantearon la contrastación con la realidad, ya que les bastaba con que su razonamiento estuviera de acuerdo a las reglas deductivas. Aun así, Adam Smith y Thomas R. Malthus no renunciaron a los planteamientos inductivos, debido a la influencia del empirismo de Bacon. David Ricardo, por su parte, como principal teórico de la escuela, usó casi en exclusividad el método deductivo y abstracto, sin entrar en la contrastación empírica de sus teorías con la realidad. El otro gran autor, John Stuart Mill, usó un método denominado por él mismo de “composición de fuerzas”, con el que combinaba el método a posteriori con el método a priori (inductivo y deductivo, respectivamente).

            La escuela clásica económica posee tres pilares esenciales, que han demostrado ser resistentes al paso del tiempo, pues de alguna forma siguen estando de moda en unos momentos de crisis tan particulares como los que estamos viviendo en estos momentos. En primer lugar, hay que hablar del racionalismo mecanicista que lo impregna todo, con un orden natural estable y armónico. A imitación de la física, la economía funciona gracias al intercambio que llevan a cabo los individuos en el mercado, y que posibilita el equilibrio según la idea de la “mano invisible”. El segundo pilar es la asunción de los rasgos básicos de una filosofía psicológico-moral, basada en los análisis de Mandeville en su Fábula de las abejas, de 1729, y Hobbes, con su Leviatán, de 1751. Aquí están las ideas del “apetito del placer” y la “aversión al dolor” como impulsoras del individuo. Esos rasgos los enseñaba Smith como profesor de Lógica y Filosofía de la Moral en Glasgow, y también los tuvo en cuenta Bentham en su teoría del utilitarismo, de 1780. Una premisa fundamental para esta “Economía Política” que estaba naciendo sería que el comportamiento del individuo ofrece sentido al análisis económico de la sociedad (esta no es más que la agregación cuantitativa de la suma de individuos que la integran). A ello habría que unir el que los individuos contribuyen al bienestar de la sociedad cuando actúan con criterios personales en busca de su propio beneficio. El tercer pilar es la adopción de planteamientos fisiócratas, al centrarse en la producción manufacturada fabril como origen del excedente económico. Ahora la Economía Política ya no será estática como con los fisiócratas, sino dinámica, con la preocupación del crecimiento económico y la distribución del excedente. 

Si se buscara contrastar las hipótesis de esta escuela siguiendo la metodología de Popper se llegaría a la conclusión de que, con la ayuda de la evidencia empírica, podrían ser falsadas. El progreso técnico suavizó, durante el siglo XIX, la consistencia de la ley de los rendimientos decrecientes. De la misma forma, si se considera el incremento de las rentas de la agricultura como otra hipótesis falsable, en el contexto de la renta nacional, se llega a la falsación de la hipótesis a partir de las observaciones realizadas. Dentro del enfoque de Stuart Mill, si los economistas modernos analizan la validez de las teorías según las predicciones que consignen con ellas, será mejor utilizar el papel de los supuestos, lo que no significa que tal línea de pensamiento no quiera establecer predicciones, sino que pone en tela de juicio su precisión a la hora de anticiparse al futuro. Es decir, una vez que se acepta que los supuestos que son verdaderos generan conclusiones que también lo son, lo que resulta más lógico es tener en cuenta que los supuestos significativos conducen, necesariamente, a predicciones de la misma manera muy simplificadas. La conclusión es patente: tales predicciones nunca podrán transmitir con fidelidad cuáles con los acontecimientos que van a producirse en la realidad.

También hay que reseñar que a mediados del siglo XIX surgen unas tendencias institucionalistas e históricas, en concreto en Alemania, al amparo del idealismo de Hegel y en contra de las ideas de la escuela clásica. En esta corriente de pensamiento se considera una estrecha interrelación entre las actividades económicas y no económicas, imponiendo un carácter histórico a sus bases metodológicas. Otorga un importante papel a la actuación del estado y al desarrollo de la política económica en forma de medidas proteccionistas. El revisionismo establecido por esta escuela fue criticado por los neoclásicos (marginalistas o subjetivistas), claros confirmadores del pensamiento clásico y seguidores del positivismo (Sotelo, 2002: 9 y ss). De los fundamentos de este último (doctrina malthusiana de la población, la teoría del fondo de salarios, la teoría de la renta de la tierra y la teoría del valor del trabajo, de la que se derivaba la teoría del coste de la producción), tan sólo fue aceptada la relativa a la teoría de la renta de la tierra, entre cuyas bases se encuentran los conceptos de productividad marginal y de maximización individual. La teoría del valor del trabajo fue sustituida por la teoría del valor basada en la utilidad marginal. No obstante, puede decirse que, en líneas generales, la escuela clásica de la economía se convirtió en la “carta declarativa” del desarrollo de las relaciones capitalistas, y que los principales economistas neoclásicos -Jevons, Menger, Walras o Marshall- fueron los creadores del nuevo orden económico, en torno a las últimas décadas del siglo XIX, con nuevas formas de conocimiento y una teoría de la utilidad marginal convertida en el centro neurálgico que influía en todas las actividades de los individuos.
           
           4. Los personajes y las acciones narrativas como elementos de la mecánica clásica económica.

            Ya se ha comentado el trasfondo económico que subyace a muchas de las actuaciones de los personajes de Galdós, y que se pone claramente de manifiesto en las dos novelas tomadas como referencia en este estudio. A lo largo de sus páginas, se ve cómo los personajes se mueven alrededor de otros personajes que, a su vez, persiguen un lucro personal que termina marcando sus vidas. Ahí se encuentran los dos pilares esenciales del sistema clásico capitalista mencionados en el anterior epígrafe, relativos al racionalismo mecanicista y la filosofía psicológico-moral. Todo ello en una sociedad en transición que evoluciona desde el mundo agrario al mundo urbano, con la actividad comercial como aspecto clave del crecimiento económico, y que en el caso de La de Bringas queda patente con la importancia que se concede a “estar” e “ir” a la moda, y en Lo prohibido con la compraventa de acciones, actuaciones de los bancos industriales y creación de empresas de todo tipo, sobre todo porque este estado de la cuestión le permite a su protagonista comportarse como lo hace y dictar, en cierta medida, el devenir de sus familiares y amigos.

            Rosalía no tiene excesivas posibilidades económicas, pero aun así presta dinero a la marquesa. Las convenciones sociales poseen más importancia que los problemas económicos de cada día. En la página 191 de la edición de Hernando se puede leer que: “No hay felicidad que no tenga su pero, y el de la felicidad de la marquesa era que para completar la suma hacían falta unos cinco mil… Porque sí, estaba pendiente una cuentecilla…” Y esto pudo hacerlo porque había estado registrando en la “caja fuerte” de su marido. Así, en la página 188 el narrador expone que  Rosalía “revolvió, contó y recontó todo lo que había en el doble fondo, pasmándose del caudal allí guardado. Su marido tenía mucho más de lo que ella sospechaba; era un capitalista. Había cinco billetes de cuatro mil reales, que componían mil duros, y después un pico en billetes pequeños que sumaban más de tres mil setecientos”.

            Francisco Bringas es denominado “capitalista”, un término que se había puesto de moda en esa época -como se ha comentado en el anterior epígrafe-, y por eso, unos párrafos más adelante se otorga sentido al significado real del capitalismo clásico, cuando el narrador se introduce en el pensamiento de Rosalía y afirma que “guardar dinero de aquel modo, sin obtener de él ningún producto, ¿no era una tontería? ¡Si al menos lo diera a interés o lo emplease en cualquiera de las sociedades que reparten dividendos…! También es cierto que el destino ayuda a Rosalía para convertirse en prestamista y entrar, de alguna forma, en el engranaje del sistema capitalista. Francisco pierde la vista temporalmente y ella será, desde entonces, la “capitalista” de la familia, un hecho que influirá en la paulatina transformación de su carácter, y que Galdós describe con inteligencia y sutileza.

            Ese tipo de asuntos abundan en Lo prohibido, una novela que profundiza más en ellos, como ya se ha comentado, y que permite constatar una de las paradojas más notables de la tradición económica liberal: la economía de mercado, con mercados que se autorregulan, en sustitución de los antiguos mercados aislados y regulados, ha sido lo que es gracias a la intervención de los gobiernos, a pesar de que la ideología pasara a defender ese mercado liberal como el resultado de un proceso natural. Cuando lo necesite el liberalismo utilizará la intervención del estado, criticando el “laissez faire” y a la inversa. Así, en el capítulo II de Lo prohibido el protagonista se refiere a las “indispensables noticias de mi fortuna, con algunas particularidades acerca de la familia de mi tío y de las cuatro paredes de Eloísa”. Ese es el título, lo que otorga importancia a los aspectos económicos. José María da cuenta de su capital, y con ello se sitúa a la misma altura que las grandes fortunas de la época, es decir, la de Larios en Málaga, López en Barcelona, Misas en Jerez y Céspedes, Murgas y Urquijos en Madrid. En seguida expone con detalle (página 68): “Al desaparecer del mundo comercial la casa que giraba con mi firma, celebré un convenio con los “Hijos de Nefas”, que se hicieron cargo de todos mis negocios mercantiles, para unirlos a los de su casa, quedando, además, encargados de liquidar los asuntos pendientes. Según mi cuenta, la liquidación arrojaría unos cuarenta mil duros a mi favor… Las viñas arrendadas podían capitalizarse en otros cuarenta mil duros. Lo que obtuve de las vendidas, de las existencias cedidas a diferentes casas y de créditos realizados, subía a más de cien mil, que iría recibiendo en Madrid, según convenció, en los plazos trimestrales y en letras sobre Londres. Pensaba emplear este dinero, conforme lo fuera cobrando, en valores públicos o en inmuebles urbanos.” La cita es larga, pero expresa claramente lo que se está estudiando en este trabajo.

            El protagonista de Lo prohibido no ha terminado de describir su gran fortuna; sólo cuando lo haga podrá comenzar, realmente, la acción de la novela, porque todos los personajes girarán alrededor de él, y de su dinero. La mecánica clásica de la física logra, una vez más, su sentido en su aplicación a los aspectos económicos. José María había hecho otras ventas con anterioridad, y en Londres disponía de diecisiete mil libras, “parte situadas en casa de Mildred Goyeneche, parte empleadas en renta inglesa del 3 por ciento. Estos setenta y cinco mil duros, unidos a lo anterior, hacen ya doscientos cincuenta y cinco mil. Debo añadir un pico que tenía en París en poder de Mitjans, y que le ordené empleara en renta francesa de 4,5 por ciento, con el cual pico mi cuenta anda muy cerca ya de los seis millones de reales” (página 69). Todo ese dinero le abre cualquier tipo de puerta, como afirmará en seguida, y le permitirá tener las mejores relaciones del momento en Madrid, entre otras cosas porque la relación de su fortuna aún no había terminado. Poseía obligaciones de Banco y Tesoro a un interés del 3 por ciento consolidado, “Ferros”, obligaciones sobre Aduanas, resguardos al portador de la Caja de Depósitos. Todo ello sumaba ochenta mil duros efectivos, y lo había adquirido su padre, junto a acciones del Banco de España. José María también disponía de varios créditos pequeños de cobro seguro y existencias en metálico, que redondeaban su fortuna en los nueve millones de reales. Lo curioso es que su prima Eloísa (que, aunque estaba casada, como el resto de sus hermanas, se convertirá en su gran amor y una de las causas de la pérdida de su fortuna) dirá en seguida que los bienes de la tierra estaban mal repartidos. José María empezará a hacerle regalos, a medida que su amor y pasión sexual por ella vayan creciendo, y los utilizará para hacer suyo esos bienes “materiales”, aunque sigan mal repartidos.

            Los ejemplos sobre el desarrollo económico de España, tras la Restauración, también son abundantes durante la novela. Así en la página 85, se relata cómo el protagonista viajó a Alemania en compañía del marqués de Fúcar, que iba a hacer contratas de tabacos, y después en Londres junto a Villalonga, a quien el ministro de Fomento había encargado la compra de maquinaria agraria, así como caballos para mejorar la casta de la Península. En la página 100 se habla del proceso económico de conversión de la Deuda de 1882, realizada por Juan Francisco Camacho (1817-1896), gran hacendista y ministro de Hacienda. “La turbamulta de papeles diversos llamados Obligaciones del Banco y Tesoro, de Aduanas, Bonos, Resguardos al portador de la Caja de Depósitos, Acciones de carreteras, Deuda del personal, se estaban convirtiendo en un 4 por ciento amortizable en cuarenta años por sorteos trimestrales, y emitido al tipo de 85”.

            El famoso prestamista (y usurero) Francisco Torquemada hace su aparición en la novela en la página 188, y con ello se establece otra de las características singulares del sistema capitalista, que puede estar representada en el “precio” del dinero, es decir, en el tipo de interés con el que se valoran el dinero y las inversiones. Torquemada es el típico sujeto aprovechado que empezó a destacar gracias al despilfarro de los ricos que sólo vivían de las apariencias y necesitaban mantener su nivel de vida con los préstamos de sujetos como Torquemada. Este tipo continuará en el mundo de Galdós y se hará protagonista en las obras Torquemada en la hoguera (1889), y en la trilogía constituida por Torquemada en la cruz, Torquemada en el Purgatorio y Torquemada y San Pedro (1893-1895).

            En la página siguiente, la 189, José María hace alusión a la coprotagonista de La de Bringas”, Milagros, la marquesa de Tellería. En concreto dice: “Fuimos a almorzar, y en la mesa, Eloísa parecía más tranquila. Raimundo, hablando del completo hundimiento de la casa de Tellería, hubo de contar cosas muy chuscas, de las cuales se rio mucho su hermana, aunque a mí me hacían poca gracia… León Roch había suspendido la pensión que pasaba a Milagros. Esta y el pobre marqués vivían separados y en la mayor miseria, cada cual dando sablazos y explotando al pobre que cogían debajo”. Raimundo es el primo varón de José María, y la alusión a los Tellería le sirve a Galdós (mediante la información que recibe su narrador personaje, y que transmite a los lectores) para criticar la actitud de los aristócratas degenerados, derrochadores y aprovechados, que tienen una participación singular en las obras La familia de León Roch y La de Bringas, lo que a su vez vuelve a incidir en la primera hipótesis de la económica clásica del siglo XIX sobre el comportamiento mecanicista de la humanidad. Los comportamientos de los seres humanos provocan consecuencias en sus semejantes; no es únicamente un problema de la lógica racionalista, sino de que la economía es una ciencia social.

5. Conclusiones.

La economía tradicional se apoya en la idea de un orden natural y equilibrado de la sociedad y el mundo en general, al empeñarse en imitar a la física mecánica, sin comprender que existen diferencias entre ambas formas de entender la existencia del ser humano. Es un problema de falta de contrastación con la realidad, al ampararse en la placidez victoriana, y con ello en una ortodoxia deductivista ocupada en el estudio de la asignación óptima de los recursos escasos con usos alternativos en un mundo estático. A pesar de su nulo apoyo en la realidad, hay que destacar su hermoso desarrollo lógico-formal, con una matemática cada vez más sofisticada, el impulso de una economía que se estudia en las universidades y el carácter conservador de la mayoría de los grandes economistas.

            El realismo y posterior naturalismo de algunas de las obras de Galdós no tuvo más remedio que hacerse eco de este planteamiento económico, aunque sólo fuera por la fiel descripción que hizo a lo largo de sus páginas de la forma de ser y comportarse de sus principales personajes. El nivel económico sirve para llevar una determinada forma de vida, y si desciende entonces los personajes acuden a los préstamos, bien de los amigos o bien de los profesionales que iban surgiendo en la época. Con la bajada del sueldo de que es objeto Francisco Bringas a causa de su ceguera, es evidente que tenía que bajar su nivel de vida; y algo similar ocurre con los despilfarros de Eloísa que debe afrontar José María en Lo prohibido. Su prima desea una independencia económica difìcil para una mujer en esa época, y la forma de conseguirla es utilizando su dinero. Lo más sorprendente del caso de Rosalía es que está a punto de llevar a la ruina a su familia por su obsesión en aparentar lo que no era, ya que acepta prestar dinero a la marquesa de Tellería. Los vaivenes económicos de la Bolsa de Madrid, con las caídas y subidas de la cotización de las acciones, y otras operaciones financieras, se convierten en la gran metáfora de Lo prohibido, y poseen un valor similar a la pasión amorosa del protagonista.


    6. Bibliografía citada.

·  Garrido, A. (1993). El texto narrativo, Madrid. Síntesis, 1996, 1ª reimpresión.
·  Pérez Galdós, B. (1884). La de Bringas, Madrid, Editorial Hernando, 1975.
- La de Bringas, Edición de Alda Blanco y Carlos Blanco Aguinaga, Madrid, Cátedra, 2009, 11ª edición.
- (1884-1885). Lo prohibido, Edición de José F. Montesinos, Madrid, Clásicos Castalia, 1971.
·   Sotelo, J. (2001). Memoria de Cátedra sobre concepto, método, programa y fuentes de Política Económica, Madrid.
-  (2002). “Reflexiones sobre la recuperación del papel de la economía como ciencia social”, Conferencia San Vicente Ferrer, Madrid.


No hay comentarios:

Publicar un comentario