jueves, 31 de enero de 2019

"Tertulia con la escritora María Tena".

"Una persona que te ha gustado mucho, a la que has querido tanto, te sigue interesando siempre".

Esta es una de las frases de "Nada que no sepas" (Tusquets, 2018), de la escritora madrileña María Tena, que ayer por la tarde nos acompañó en la tertulia del "Café Gijón", y que, en mi opinión, sintetiza el entramado de una novela que se inicia invocando a "La señora Dalloway" de Virginia Woolf y termina en una onírica cabaña perdida en un bosque de Uruguay. Cuando una novela está escrita en primera persona la función de "autentificación", como decimos en crítica literaria, se hace imprescindible para que el pacto de ficción con el lector surta efecto. A pesar de que el propio lector no sea consciente de ello, en cierta medida la historia se justifica de esa manera. Y María Tena lo soluciona con su impecable dominio ficcional de la memoria, la imaginación y un apasionado amor por sus personajes, incluso los que no caen tan bien a la narradora (que, por supuesto, no tiene que ser la autora). Las pruebas de esa autentificación otorgan calidad textual a la novela, a lo que se une su acertado manejo del tiempo y el espacio, imprescindible, a mi modo de ver, en la literatura actual, ya que la "espacialización" temporal es esencial para entender la posmodernidad.

María Tena es una mujer encantadora, prudente, seria y divertida a la vez, enamorada de la literatura y de los libros, y que disfruta con esas horas que dedica a escribir cada tarde cuando vuelve del trabajo, incluidos los fines de semana.

Como casualmente se observa en la primera fotografía, quise hacerle una de cerca, sin apercibirme de que me la estaba haciendo a mí otra escritora, Teresa Pacheco, mientras Javier del Prado invocaba a las musas con las manos y los ojos cerrados. La foto sirve como metáfora de la tertulia ya que busqué extraer de María Tena sus abundantes conocimientos en técnica narrativa, la resonancia de Landero y un autor imprescindible en la literatura española contemporánea como Rafael Chirbes, las múltiples lecturas que han amueblado su cabeza, su opinión sobre los talleres y premios literarios e incluso los miedos que existen detrás de cada escritor al enfrentarse a la página en blanco.

La tarde resultó muy divertida. Los tertulianos preguntaron, intervinieron, opinaron, y yo me lo pasé de perlas, a pesar de que estaba cansadísimo de tantas clases y tantos aviones. Además terminé hablando en el Metro, con Javier del Prado, de Proust, Flaubert y Balzac. Para que luego digan que el subsuelo de Madrid es aburrido.

Como la mente humana.




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