domingo, 27 de enero de 2019

"Ser rebeldes".

¿Hablábamos el otro día de ser rebeldes, de no tomarnos la vida demasiado en serio y de reírnos de nosotros mismos?

Me vienen estas cosas a la cabeza mientras paseo por una playa desierta, amanece lenta y suavemente, el agua llega hasta mis pies y escucho en el móvil con unos pequeños auriculares una canción que alguien me recordó por aquí hace poco. 


Yo nunca he sido rebelde porque nadie me haya dado amor, precisamente, o no me hayan querido escuchar. Sin embargo, creo que tampoco me han faltado razones para ser rebelde.

Siempre me he rebelado contra los que abusan de su poder, y lo usan para hacer daño a los demás, ya sea en el mundo laboral o incluso el personal. Me he rebelado contra los que no respetan los Derechos Humanos, contra los xenófobos, contra los homófobos, contra los machistas. He procurado alejarme de aquellos que no tienen sentido del humor y no saben reírse de sí mismos. Nunca he dejado de observar con perplejidad a los que se creen los mejores amantes, los mejores profesores, los mejores periodistas, los mejores escritores, los mejores políticos, los mejores banqueros. Son esos seres imprescindibles convencidos de que el mundo se pararía si ellos no estuvieran en él.

Decía que amanece lenta y suavamente. Miro hacia el horizonte y sé que, a pesar de todo, el mundo transcurre en armonía, al menos en mi corazón. En realidad ser rebelde es ser siempre, por encima de todo, uno mismo.

Y luego está el mar.


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