miércoles, 8 de enero de 2020

"El infinito en un junco", de Irene Vallejo, una historia del libro.

Ayer dediqué las últimas tres horas del día a leer este libro. En realidad leí alrededor de la mitad, pues en total son 450 páginas. Antes de la Navidad quedé a tomar un café con la escritora Clara Obligado y hablamos de él, ya que esa misma mañana ella había estado en un jurado que le concedió el Premio de Narrativa del Ojo Crítico de RNE. Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) es doctora en Filología Clásica.

Lo que he leído tiene algo de aventura para alguien al que le gustan mucho los libros, como es mi caso, por lo que también es agradable leer la historia de su origen en Grecia y Roma, con las inscripciones en piedras y arcilla, y el uso posterior de los papiros, lo que da pábulo al título como metonimia. La biblioteca de Alejandría se presenta como "faro" en las primeras páginas del ensayo y la búsqueda de libros por los amantes de la literatura resulta entrañable, así como la invención del alfabeto. La propia autora aparece en ocasiones entre sus páginas para citar películas (la alusión a "Matrix" y "El señor de los anillos" como argumento intelectual siempre me lleva a querer cortarme las venas, aunque la sangre nunca llega al Nilo, digo al río, que es donde nacen los juncos) y para contar al lector interesantes anécdotas en sus estancias en bibliotecas y universidades donde investigó y leyó todo lo que debía leer para ser feliz y escribir este libro. Esta curiosa mezcla del pasado y el presente concede un valor actual y muy posmoderno al libro, a pesar de que yo no siempre esté de acuerdo en varias de sus apreciaciones (el lado oscuro del pensamiento de Platón es casi un tópico, al igual que ocurre con las lecturas demasiado pegadas al presente, como el Nobel que le dieron a Bob Dylan o la falta de escritoras a lo largo de la historia). Irene Vallejo nos habla de tantas cosas apasionantes y surgen tantos nombres que ya son de mi familia, como Homero, Hesíodo, Safo, Eurípides, Sócrates, Platón, Aristóteles, Goethe, Cavafis, Durrell y un infinito etcétera, que sus páginas son una fiesta. 

Eso me parece que es este libro, una fiesta. No me importaría tomarme una tarde un café con su autora para seguir hablando de literatura. Este libro es, así, una manera amena, inteligente y divertida de continuar hablando de literatura.

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