No me gusta la muerte y tampoco la enfermedad. Sé que antes o después
todos vamos a pasar por ahí, pero me duele escribir que ha muerto uno
de mis amigos íntimos relativamente joven. Por él y por su familia, y
luego por mí. En mi caso lo digo por puro egoísmo, porque no voy a poder
caminar más con él, lo que llevaba haciendo desde 1987, cuando nos
conocimos en las Cuevas de Sésamo. Desde entonces formamos una especie
de dúo. Él era el pintor y yo el escritor. Así ocurrió en sus
múltiples exposiciones y en las presentaciones de mis novelas, cuyas
portadas me empeñé en que las dibujara siempre él. Algunos editores
pusieron mala cara, ya que la portada también formaba parte de la
edición, me decían, pero a mí eso siempre me ha importado un comino.
Escribo porque me da la gana y las portadas de mis libros las hacen las
personas que yo quiero. Esto es como elegir a tus amigos o al amor de tu
vida. Jamás he pretendido vivir de mis libros, pero lo que siempre he
querido es coger uno de esos libros y saber que ahí se esconden las
horas vividas.
Antonio
Zaballos aplaudiría lo que acabo de escribir, porque él también era así.
Uno de los tipos más libres e independientes que he conocido. Tan solo
quiso vivir de la pintura, y se sentía mal ocupado en cosas
convencionales, de esas que te dan de comer. El hecho de pensar en
sacarse unas simples oposiciones ya le ocasionaba dolor de estómago,
pues era consciente de que le quitarían horas esenciales de su vida para
investigar la luz, el color, la tierra de Béjar y su libertad. Le
quitarían su amada e inquebrantable libertad. Por eso casi siempre
andaba con una mano delante y otra detrás, pero con un conocimiento del
arte que he visto en pocos artistas de este país.
No pretendo hacer una hagiografía de mi amigo, entre otras cosas porque nunca fue un santo, como tampoco lo soy yo, y porque he escrito muchos textos donde aparece, desde catálogos con su obra, hasta páginas donde se le podía ver como personaje de mis novelas (Antonio aparece en "La paz de febrero", e indirectamente en otras muchos sitios) e incluso posts en las redes sociales. Como la propia vida es así de curiosa, Antonio falleció ayer por la noche unos minutos después de estar conectado a mi tertulia virtual. Y es como si se hubiera cerrado el círculo, nos conocimos en la tertulia literaria de Sésamo y nos despedimos en la del Café Gijón.
He empezado diciendo que no me gusta la muerte, sino la vida, así que ahora me queda recordar la vida feliz que he vivido con él.
No pretendo hacer una hagiografía de mi amigo, entre otras cosas porque nunca fue un santo, como tampoco lo soy yo, y porque he escrito muchos textos donde aparece, desde catálogos con su obra, hasta páginas donde se le podía ver como personaje de mis novelas (Antonio aparece en "La paz de febrero", e indirectamente en otras muchos sitios) e incluso posts en las redes sociales. Como la propia vida es así de curiosa, Antonio falleció ayer por la noche unos minutos después de estar conectado a mi tertulia virtual. Y es como si se hubiera cerrado el círculo, nos conocimos en la tertulia literaria de Sésamo y nos despedimos en la del Café Gijón.
He empezado diciendo que no me gusta la muerte, sino la vida, así que ahora me queda recordar la vida feliz que he vivido con él.
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