domingo, 5 de abril de 2020

"La piscina del mar".

Hace menos de un mes estuve observando cómo las olas entraban y salían de la piscina natural de la fotografía.

Esa piscina es de un bello hotel que está en el norte de Tenerife y que cae a horcajadas sobre el mar alborotado. La primera vez que me alojé en aquel lugar fue cuando viajé a Tenerife para dar una conferencia de economía en el Casino Taoro del Puerto de la Cruz, en compañía de dos de mis amigos y compañeros de la facultad, Ignacio Cáceres y Antonio Carmona, el político y economista que sale tanto en televisión. Aparte de bañarme con ellos en la playa de nudistas de Benijo, que está escondida al norte de la isla, cerca de Taganana, uno de los paraísos particulares que habito en este mundo y donde escribí un libro de poemas que se me perdió hace años (los poemas siempre se me pierden por el borde de la página o el ordenador porque no soy capaz de darles una estructura narrativa), me bañé en varias ocasiones en esa piscina sin que la marea subiera lo suficiente como para nublarme la vista y el tacto, caminando sobre las algas escurridizas que me recordaban el terciopelo de tu sangre íntima, suaves como las sábanas donde siempre te ha gustado envolverte para sorprenderme cuando las horas desaparecen con la noche. 

Estos días en que el mundo se ha detenido de pronto, como si nos hubiera tragado el agujero negro con el que sueñan los físicos, las olas continuarán entrando en la piscina y la cubrirán antes de retirarse sigilosamente, para volver unos instantes más tarde.

Como tu mirada cuando el amor.

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