domingo, 19 de abril de 2020

"Nadie mira mejor que una mujer enamorada".

Ayer atardecía lánguidamente y coloqué tres libros encima de la mesa. Los miré durante varios minutos. Uno era de Carl Jung, otro de Gilbert Durand y el tercero de Claudio Rodríguez. Al cabo de un rato me acordé de esta foto, donde estoy haciendo el ganso y tumbado sobre las raíces de un inmenso árbol del parque García Sanabria de Santa Cruz de Tenerife, planificado en 1926. Gilbert Durand es un filósofo francés que se hizo célebre por su libro "Las estructuras antropológicas del imaginario", de 1960, que supuso, entre otras cosas, la incorporación de la Mitocrítica a los Estudios Literarios, tal y como me enseñó en la Universidad Complutense mi maestro Antonio García Berrio, uno de los mayores expertos en Teoría de la Literatura del mundo. Y yo también lo apliqué, en parte, en la tesis que escribí sobre las novelas de Haruki Murakami. Para Durand el hombre pertenece al régimen simbólico "diurno" (es la lanza, la espada) y la mujer al "nocturno" (es el cáliz, la raíz). Por cierto, Durand nació en el Chamberí francés, mientras que yo lo hice en el Chamberí madrileño. Y la fotografía que he compartido tiene que ver con la síntesis de los dos regímenes, el diurno y el nocturno, que no es otra que la "cópula". Uno de los libros de poemas españoles que más aprecio, "Don de la ebriedad" (1953), el primero que escribió Claudio Rodríguez, con esa claridad que viene del cielo y que inspiró uno de mis "Cuentos de los otros", está recorrido por ese simbolismo, tan del gusto de Carl Jung, resumido en "El hombre y sus símbolos". Mi posición en la fotografía, recostado sobre el útero simbólico de la mujer, representa de alguna forma tal idea.

Las raíces del Universo son maravillosas, y son las que mejor saben mirar, sobre todo cuando están enamoradas.

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