A pesar del "virus" y otras enfermedades, de señores de la guerra que únicamente piensan en el poder y el dinero, de los problemas medioambientales y de otro tipo, me gusta el mundo en el que vivo, me gustan los jóvenes que estudian y viajan por el mundo, la gente que piensa en los demás y se preocupa por lograr un mundo mejor con su comportamiento. Ayer por la tarde escuchaba un programa de Radio Nacional mientras preparaba unas transparencias de clase cuando dos mujeres jóvenes canarias que viven en París hablaban de la labor que están desarrollando con una página de Facebook. Se dedican a buscar a los africanos que se suben a las pateras para llegar a Occidente y desaparecen sin que sus familias sepan si aún continúan o no vivos. La mayoría de las veces no logran resultados positivos, pero lo siguen intentando. Su página se refiere a la "protección de los emigrantes", pero no me quedé con su nombre exacto ni con los nombres de ellas. Sí retuve el significado de sus acciones.
Siguiendo con las redes sociales, mientras me tomo el primer café de esta mañana nevada, veo en Instagram que el escritor Pedro Saugar Segarra ha empezado el año leyendo una de mis novelas, "Las mentiras inexactas". Lo comenta en la página de los lectores de una librería virtual de la localidad madrileña de San Fernando de Henares, "Quelibroleo.com" (es la foto que he puesto), donde la gente dice el libro que está leyendo en estos momentos.
Apuro el café y comienzo a escuchar el Concierto de Violín de Elgar: https://www.youtube.com/watch?v=XvAjokYsUR8. Fue el último que pude escuchar en directo en el Auditorio Nacional antes del confinamiento de marzo del año pasado. Esta grabación es de 2017 en Alemania.
Hay algo que conecta todos estos hechos, a las mujeres canarias que viven en París y se preocupan por personas que no conocen con el lector que me está leyendo a mí en estos momentos, a todos los que llenaban la sala de música, el violinista y los miembros de la orquesta con la obra del inglés Edward Elgar, tan apasionadamente romántica, tan beethoveniana y por tanto universal.
Ese algo se llama humanidad.
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