Me gustan los niños, me gustan los Reyes Magos y me gusta Bach, la música que compuso para la Navidad. Me refiero a esos años que se quedan grabados en la mente de un niño y le hacen feliz para siempre. Son las caras de ternura de los padres, la mezcla entre la fantasía y la imaginación de los niños (yo tenía que ser escritor a la fuerza, para reflejar esas sensaciones mágicas). Y son las luces de Navidad en Madrid, que ayer por la tarde recorrimos por las calles Alcalá, Recoletos y la Castellana. Y luego está una selección del Oratorio de Navidad, de Bach, en una iglesia suiza, con el Coro y la Orquesta de la Fundación J. S. Bach. Su destino era ser ejecutado en Leipzig durante los seis días festivos de Navidad, fue compuesto el año 1734 y está basado en una única y común trama narrativa. Comienza con el nacimiento de Jesús y concluye con la adoración de los Reyes Magos, a partir de los evangelios de san Lucas y san Mateo.
Es la forma que a veces adquiere la delicadeza:
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