sábado, 16 de enero de 2021

"Antes de la gran nevada sobre Madrid".

El otro día me fui a dar una vuelta por la iglesia "desacralizada" de Vallecas en cuyo interior transcurre parte de la historia de mi novela Entrevías mon amour. En su fachada no encontré ningún cartel que aludiera a la Guerra de Irak como cuando la publicó el año 2009 la editorial Bartleby, salvo uno que pedía "papeles para todas". En ese momento pensé en los personajes principales de la novela, Judith, Edipa y la Niña, que viven dentro de la iglesia junto al padre Román, esperando, siempre esperando a que regrese Teo Abad de la última guerra, que cubre como reportero. Se fue del barrio años atrás para vivir aventuras y todavía no había regresado. Detuve el coche para sacar la fotografía y en ese momento me llamó, casualmente, Pepo Paz, el editor de Bartleby. Estuvimos hablando de muchas cosas, ya que somos amigos íntimos, entre otras de lo que está escribiendo y del mundillo literario de este país, siempre tan curioso y divertido. Y al regresar a casa puse en el coche un CD con la Sexta Sinfonía de Anton Bruckner, https://www.youtube.com/watch?v=KGRiyyqwYuA. Su primer movimiento siempre me recuerda "La carga de la brigada ligera" (1845), el famosísimo poema de Alfred Tennyson, una oda a la valentía, la de unos hombres, los seiscientos, que lucharon hasta el final de sus vidas en el campo de batalla pese a la desastrosa labor de sus mandos, y que se ha convertido en una leyenda en la historia de Gran Bretaña.
 
“¡Adelante, Brigada Ligera!”
“¡Cargad sobre los cañones!”, dijo.
En el valle de la Muerte
cabalgaron los seiscientos.
 
“¡Adelante, Brigada Ligera!”
¿Algún hombre desfallecido?
No, aunque los soldados supieran
que era un desatino.
No estaban allí para replicar.
No estaban allí para razonar.
No estaban sino para vencer o morir.
En el valle de la Muerte
cabalgaron los seiscientos.
 
Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones ante sí
descargaron y tronaron.
Azotados por balas y metralla,
cabalgaron con audacia
hacia las fauces de la Muerte,
hacia la boca del Infierno
cabalgaron los seiscientos.
 
Brillaron sus sables desnudos,
destellearon al girar en el aire
para golpear a los artilleros,
cargando contra un ejército,
que asombró al mundo entero:
 
zambulléndose en el humo de las baterías
cruzaron las líneas.
Cosacos y rusos
retrocedieron ante el tajo de los sables.
Hechos añicos, se dispersaron.
Entonces regresaron, pero no,
no los seiscientos.
 
Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones detrás de sí
descargaron y tronaron.
Azotados por balas y metralla,
mientras caballo y héroe caían,
los que tan bien habían luchado
entre las fauces de la Muerte
volvieron de la boca del Infierno.
Todo lo que de ellos quedó,
lo que quedó de los seiscientos.
 
¿Cuándo se marchita su gloria?
¡Oh qué carga tan valiente la suya!
Al mundo entero maravillaron.
¡Honrad la carga que hicieron!
¡Honrad a la Brigada Ligera,
a los nobles seiscientos!" 
 
Mientras escuchábamos la música, el coche volaba sobre las calles de Madrid, por Méndez Álvaro, Atocha, el Paseo del Prado -la calle más hermosa de España, como sabemos Tita Cervera y yo-, Colón y los Bulevares que me llevan directamente a casa. A este paso voy a terminar convirtiéndome en un personaje de una novela o de una película.
 

 
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