- Ojalá siempre exista una mirada que profundice tanto en lo esencial. Cuanta belleza, cuanto arte y cuantas razones para amar el cine, Justo.
-Ahora mismo estoy viendo "La bella y la bestia" de Jean Cocteau y es como si tu rostro hubiera aparecido en el espejo mágico. No sé si has visto esta maravillosa versión, María.
- Me encanta esa versión. La he visto varias veces y siempre me dan ganas de meterme en la pantalla, Justo.
Este es un diálogo que mantuvimos por aquí antes de ayer, a última hora de la tarde, la actriz y psicóloga extremeña María Rodríguez Velasco y yo a propósito del post que publiqué ese día en torno a las conexiones de cualquier obra de arte importante, usando como pretexto la película "Los paraguas de Cherburgo".
Después de contestar a los comentarios que quedaban, volví a ver el final de la película de Jean Cocteau del año 1946, una de las más poéticas que se han filmado. La versión del poeta surrealista sigue, básicamente, el cuento de Madame Leprince de Beaumont, del año 1757, que luego serviría para las versiones infantiles de Disney. El origen real de la historia se encuentra en el relato intercalado "Amor y Psique" en la novela griega "El asno de oro" de Apuleyo, del siglo II d. C., considerada la primera novela de la historia de la literatura. El galán por antonomasia del cine francés, Jean Marais (que fue el gran amor de Cocteau en la vida real, a lo largo de una relación que mantuvieron hasta el final, aunque vivieron diferentes periodos de tiempo sin verse), realiza tres papeles, el de Avenant, un joven tan guapo como insustancial que es rechazado por Bella (que interpreta Josette Day), el de la Bestia (su apariencia física está inspirada en el perro de Marais) y el hombre en el que se transforma tras morir, y que posee la belleza de Avenant y la espiritualidad de la Bestia.
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