Reconozco que los madrileños tenemos el mundo al alcance de la mano. Si, por una parte, entre sus calles se representa desde hace unos cuantos siglos la Comedia Humana de la que pudieron hablar Galdós, Dickens, Balzac y los propios Cervantes y Shakespeare, por otra, tenemos cerca el campo en sí mismo, con sus hormigas y esas cosas, gracias al Monte del Pardo, la Casa de Campo y la sierra de Navacerrada. Ya sé que el mar nos coge un poco más lejos, aunque en tres horas nos podemos bañar en nuestras playas de Asturias y Cantabria, en cuatro en las del Mediterráneo y un poco más tarde en el resto de mares y océanos del mundo. Ayer era el concierto de Año Nuevo, desde Viena, del que siempre escucho alguna cosa. Me gustan los Strauss, aunque siempre recuerdo la música de Brahms, Bruckner y Mahler interpretada en aquella sala dorada. Y mientras se escuchaba en el coche una polka, apagué la radio y pensé en el chotis tan madrileño. Mi padre me enseñó a bailarlo casi sobre una baldosa. En realidad él ponía mis pies encima de sus zapatos y así me hacía ver que yo era un gran bailarín, a pesar de que aún creía en los Reyes Magos.
Cuando saqué esa fotografía de la Casa de Campo, al Mediodía del 1 de enero de 2021, me puse a cantar bajito, casi susurrándolo, el chotis por excelencia de Madrid. Ya sé que Plácido Domingo lo canta mejor que yo, y que casi me echan del coche y del parque, pero hice lo que pude, lo juro, jeje:
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